Una última hoguera que encender, un último pacto que cerrar...
A estas alturas de la vida, qué os voy a contar que no sepáis ya sobre Dark Souls. La obra cumbre de FromSoftware, principal culpable de su relativamente reciente ascenso a la fama, nació como un juego de culto de la pasada generación allá por 2011, aunque desde su preciso estreno no ha hecho más que labrarse un merecido nombre dentro del panorama más atemporal (posicionándose, para algunos jugadores y periodistas, como el mejor videojuego de la historia). Tal fue su éxito que, más tarde, la propuesta acabaría dando forma a una saga que ya comenzó sus andanzas con el eminente Demon’s Souls, pero que, sin este empujón, probablemente nunca hubiese alcanzado las cotas de calidad a los que hoy los chicos de Miyazaki nos tienen acostumbrados.
El lanzamiento de las actuales máquinas supuso nuevos retos para una FromSoftware que rápidamente se vió acogida bajo el amparo de Sony Computer, compañía que le permitió invertir un presupuesto notablemente superior al que solían gestionar en un nuevo proyecto, Bloodborne. No obstante, tras aprovecharse de buena manera de esta colaboración puntual los nipones no quisieron limitarse a explorar una única plataforma, realizando determinados experimentos con la realidad virtual (que, finalmente, no han parecido salirle demasiado bien) y buscando expandir su comunidad en territorios hasta ahora inexplorados. Llegamos, de esta manera, al día de hoy; día en el que cualquiera puede disfrutar de su magnum opus en una consola de carácter parcialmente portátil como es Nintendo Switch. Quién lo habría imaginado hace unos años.
Como ya os he adelantado, creo que carece de sentido el hecho de que os intente vender la moto durante todo el artículo, teniendo que volver a leer, así, lo que tantísimas veces habréis escuchado. Creo que no pillaré a nadie desprevenido si afirmo que, efectivamente, Dark Souls es un auténtico juegazo; una joya de la acción en tercera persona que merece ser disfrutada por todo el mundo, y que, pese a su aparente repudio a la accesibilidad, sabe satisfacer de buena manera a todo aquel que osa ponerle las manos encima – ya sea a través de la ejecución de sus excesivamente trabajados jefes finales, a través de lo natural que en todo momento se siente el aprendizaje de las mecánicas disponibles, o simplemente a través de lo épico que resulta recorrer nuevos mundos, que en todo momento se antojan misteriosos, casi ariscos, ante un jugador en clara desventaja -. Dark Souls es salvaje, es puro y es, ante todo, emocionante; es, sin lugar a dudas, uno de los mejores juegos que nos dejó la pasada generación, y eso es algo que a todos, tarde o temprano, nos toca reconocer, independientemente de lo mucho o de lo poco que conectemos con su universo. Sin ir más lejos, yo no me considero un fan acérrimo del mismo, mas no trato de esconder sus amplias capacidades para sorprender y enganchar al usuario (gracias, Dani, por abrirme los ojos años atrás).
Dicho esto, creo que, a partir de ahora, trataré de enfocar este artículo lo máximo posible a hablar de la conversión per sé; al hercúleo esfuerzo que ha debido de suponer llevar todo el mundo de Lordran a las palmas de nuestras manos, más aún cuando el resultado final, sin ser brillante, es considerablemente elogiable.
En cuanto a nivel de contenidos, la edición del juego para la híbrida ha recibido exactamente aquello de lo que en su día presumieron los poseedores de una PS4/Xbox One, haciendo gala de la aventura original y de su magnífica e imprescindible expansión, Artorias of the Abyss. Partiendo de dicha base, así como de que el control ha sido correctamente ajustado a los mandos Joy Con (una vez te acostumbras a ellos, la verdad es que acaban resultando bastante cómodos), nos encontramos ante un amasijo de modificaciones que únicamente se limitan a trastocar, en mayor o menor medida, el apartado gráfico de la entrega. Un acabado que, todo sea dicho, recuerda más a las versiones originales que a las remasterizadas, si bien cuenta con una mayor resolución, con una tasa de frames más estable y con múltiples efectos implementados en estas últimas versiones.
De esta manera, cabe destacar que la resolución en modo TV asciende – con respecto a otros ports – hasta los 1080p, y que, si bien en modo portátil no supera los 720p, la imagen resulta en todo momento clara, nítida, y realmente nos incita a disfrutar de todas y cada una de las bondades visuales que nos facilita el brillante apartado artístico – que no son pocas -. De hecho, es en modo portátil donde más se disfruta la aventura, pues los errores técnicos pasan desapercibidos (el fuego, no me preguntéis porqué, se ve bastante peor en Switch) y su rendimiento, incluso en las zonas más problemáticas (véase la Ciudad Infestada, la Fortalece de Sen, etcétera) raya a buen nivel. Ojalá pudiera decir lo mismo de mi experiencia jugando en el monitor.
A la hora de jugar en un televisor, resulta sorprendente (y no para bien, precisamente) los ingentes problemas de stuttering de los que adolece la propuesta. El framerate no se ve necesariamente empeorado con respecto al modo portátil, pero el retraso entre imágenes produce una notable brusquedad que hace muy difícil disfrutar de un videojuego que precisamente pide tantísimo del jugador. Quizás en otra clase de propuestas, esta tosquedad sería fácil de pasar por alto, pero en una entrega como Dark Souls puede llegar a resultar un auténtico suplicio, especialmente a la hora de calcular bien los tiempos y de superar las secciones más exigentes. De igual manera, esto no se ve ayudado por la tasa de imágenes por seguro, que, en relación con sus ediciones hermanas, se ha visto mermada hasta rozar los 30fps.
No obstante, todos estos problemas se antojan nimiedades cuando se intentan comparar con el absoluto desastre que se ha realizado en el apartado sonoro. No me refiero a la calidad de la banda sonora – Dios me libre de injuriar la obra de Motoi Sakuraba – ni al acabado de los efectos de sonido, que sorprendentemente siguen presentando un buen nivel tras todo este tiempo. Hablo, principalmente, del pésimo tratamiento que se le ha dado a todo este conjunto, pues su calidad técnica se ha visto reducida hasta límites insospechados. Independientemente del modo en el que pretendamos jugar, todo sonido que llegue a nuestros pavellones auditivos se sentirá seco, viejo y muy comprimido. Una manera ideal de deslucir uno de los mejores apartados del producto base, que acaba dejando un sabor agridulce y que directamente impide a esta edición coronarse como la mejor manera de disfrutar de Dark Souls (aunque siga siendo una forma muy buena de hacerlo).
Una última oportunidad para enlazar el fuego
Tal y como en su día me ocurrió con la correspondiente revisión de The World Ends with You, los principales óbices que me encuentro a la hora de recomendar abiertamente la edición para Switch de Dark Souls: Remastered residen, precisamente, en los fallos que ella misma aporta a un conjunto original verdaderamente mágico, memorable y necesario. Sin embargo, creo firmemente que, como producto independiente, esta versión no busca en ningún momento optar a ser la mejor forma de disfrutar una obra de estas características, pues su principal virtud no es otra que descubrir el título a nuevo público. Nuevo público que quizás sepa perdonar esa mala compresión de audio, y que quizás tenga que conformarse con jugar siempre en modo portátil. Pero nuevo público que, al fin y al cabo, podrá conocer de buena manera, y prácticamente en cualquier situación, la leyenda de la que tantísimo se ha hablado durante todo este tiempo. Quién lo habría imaginado hace unos años.
Este análisis ha sido realizado con un código de descarga para Switch cedido por Nintendo.