Pagos por adelantado, flexibilidad extrema y jugadores potenciales para reducir riesgos
No hay semana en la que no hablemos de Game Pass; de revolucionarios servicios de juego, de preservación. De tácticas de marketing fallidas, de equipos de desarrollo menguantes, de previsiones de contenido. Apenas han pasado unos escasos ocho días desde que mi compañero Ignacio Ory nos habló sobre cómo la llegada a Xbox Game Pass de MLB The Show 21, exclusivo canónico de la marca PlayStation, había marcado un antes y un después en una rivalidad cada vez más diluida en unos intereses cada vez más diferentes; apenas ha pasado un mes desde que yo mismo enfrenté las posibilidades de la marca a la hora de prevenir y amortiguar fracasos comerciales. Este es nuestro presente, nuestro futuro. Merece la pena, entonces, conocer su estado, su sostenibilidad; cómo este es capaz de funcionar.
Escribir, charlar y divulgar sobre Game Pass y sostenibilidad siempre ha sido un trabajo difícil, no tanto por la ya de por sí confusa y anti-intuitiva naturaleza del servicio (debe de ser jodido conseguir una buena rentabilidad pagando auténticos pepinazos semana tras semana y cobrando tan poco a tus usuarios), sino por lo relativamente opaca que siempre ha sido Microsoft a la hora de hablar abiertamente sobre sus fuentes de ingresos, redistribuciones y pagos. En los últimos meses, cabe asumir, la buena salud de una plataforma que ya suma más de 18 millones de suscriptores activos ha permitido pequeñas alteraciones en este discurso; tirones perceptibles a unas bambalinas que han permitido conocer más sobre lo que se oculta tras ellas, y que brindan coherencia a ciertos movimientos muy agresivos como las compras realizadas a grandes estudios o las inserciones de esperados títulos indie o third-party como Outriders, Narita Boy o Genesis Noir desde su lanzamiento.
Piers Harding-Rolls, director de la firma analista Ampere Analysis Research, ha hablado largo y tendido con el portal Inverse en pro de rascar superficialmente el hermetismo de la empresa y sacar a la luz algunas de sus conclusiones relativas al funcionamiento interno de la compañía de Redmond. Al parecer, estrenar un título en Game Pass [de manera no exclusiva] no solo es rentable, sino que permite a determinadas entregas alcanzar una cierta popularidad que les ayuda a extenderse en el resto de plataformas en las que se encuentran disponibles. Asimismo, el riesgo de realizar esta clase de lanzamientos es cada vez menor, pues, siguiendo con su política expansionista, Microsoft no busca cortar las alas a los estudios interesados en su proyecto, sino ofrecerles buenas condiciones para que encuentren en Game Pass un escaparate seguro donde ofertarse con tranquilidad. Algunas de estas cláusulas, indica Harding-Rolls, se basan en implementaciones que permiten visibilizar “frente a una audiencia comprometida” obras que de otra manera pasarían desapercibidas (p.e. aquel botón que te recomienda un juego aleatorio de todo el catálogo de Game Pass) y en, lo que como desarrollador considero más importante, “pagos por adelantado y flexibilidad a la hora de retirar el título del servicio para impulsar las ventas a posteriori si fuera necesario“. El analista apunta a propuestas de menor recorrido, nuevas IPs y juegos con menor volumen de ventas como firmes candidatos para beneficiarse de tales términos, aunque desgraciadamente no ofrece mucha más información de interés.
En la teoría, lo comentado hasta ahora no debería de traducirse en otra cosa que no fuesen buenas nuevas: las condiciones para los desarrolladores, especialmente para los que parecen contar con menos facilidades, al fin parecen importar, y Microsoft parece haber encontrado un buen equilibrio para hacer de su proyecto una vía sostenible sin la necesidad de sablar a un consumidor satisfecho aunque cada vez más McDonalizado. Sin embargo, en una segunda lectura más relajada, ninguna de ellas es capaz de sacarnos (o sacarme, si lo creéis más conveniente) de ese mar de dudas a medio plazo que le hace a uno replantarse el buen funcionamiento del sistema con problemas tales como la saturación del mercado, o que incluso le hace confiar en un demasiado buen funcionamiento capaz de llevarnos, de una vez por todas, al ese temido pero previsible monopolio del que cada vez parecemos distar menos. Eso sí, puestos a dominar el mundo, mejor que lo haga alguien que trate al desarrollador como a un ser con un mínimo de dignidad. Es de agradecer.