Cuando el río (no) suena, agua (no) lleva
La vida siempre son rutinas, y dentro de la industria del videojuego, esa rutina se resume en la lista de juegos que cada mes de octubre y noviembre llegan, siempre puntuales. FIFA, NBA 2K, Formula 1, Assassin’s Creed (ahora cada 2 años), la remasterización de turno de Skyrim… y Call of Duty. Siempre, quitando sagas deportivas, había un Call of Duty. ¿Y este año también, verdad? Porque cualquiera diría que, visto el escaso, por no decir nulo, impacto en internet del anuncio de Call of Duty: Vanguard, este año con la excusa de la pandemia iba a haber un punto y aparte en el camino de la franquicia. Pero no, como marca la tradición, tenemos nueva entrega de la saga arcade bélica por excelencia, a cargo en esta ocasión de Sledgehammer Games, y lo cierto es que más del juego, creo que lo que toca es hablar de la anómala situación mediática del título.
Como en todas las historias, lo suyo es empezar por el principio, en este caso, el anuncio inicial. Antaño, eran momentos incluso esperados por la comunidad. Call of Duty: Ghosts llegó a cerrar la conferencia en la que se daba a conocer Xbox One con perro incluido, quiero decir. En esta ocasión, más allá de una simple confirmación por parte de Activision a los rumores de ambientación y denominación del juego, apenas ha habido movimiento por parte de la distribuidora. Estarán ocupados apagando sus fuegos internos con Blizzard, supongo, pero la licencia no deja de ser su gran plato fuerte para esta campaña navideña.
Cierto es que Call of Duty ya no dispone de los niveles de popularidad que alcanzó en su día, como es lógico y normal. Las nuevas entregas, aunque siguen facturando ingentes cantidades de dinero para beneficio de los accionistas de Activision, ya no presentan el mismo impacto. La forma más fácil de observar esto es en la atención que los diferentes creadores de contenido prestan (o en este caso, dejan de prestar) a las nuevas entregas, situación salvada parcialmente por Warzone y el salto al battle royale. Y es que Call of Duty, franquicia que antaño imponía las modas, ahora es quien recoge e imita a la competencia. El paso de la segunda guerra mundial a la época moderna, los pases de temporada, el modo Zombies, el Jetpack en Advanced Warfare… En resumen, demasiadas novedades (tanto positivas como negativas) en su momento como para que el perfil bajo que intentan guardar ahora sea totalmente efectivo.
A partir del 5 de noviembre en todas las plataformas actuales (a excepción de Nintendo Switch) podremos comprobar si esta nueva estrategia comunicativa da éxito, pero lo cierto es que si yo formara parte de Sledgehammer Games no tendría las expectativas demasiado altas. En primer lugar, por el nombre de la distribuidora, que sigue esperando las consecuencias de todas las malas prácticas llevadas a cabo por la otra parte de su conglomerado, Blizzard, que podremos analizar más a fondo tras el lanzamiento de Diablo II Resurrected, listo para llegar el próximo 23 de septiembre, en apenas un par de días.
Pero por otro lado, más allá de lo disfrutable o no que pueda ser la nueva iteración de la franquicia, lo cierto es que ahora mismo la sensación es que el nombre de la misma sigue presente en el imaginario colectivo a través de Warzone, el modo adicional, y no por el título principal. Y esa tendencia, aunque no deba ser preocupante de cara a los beneficios de los señores de traje y maletín, puesto que siguen viendo su parte del pastel, puede ser complicada de remontar si se mantiene esta idea de pasar desapercibido. ¿Los motivos? Totalmente desconocidos. ¿Evadir polémicas? ¿Esperar a un título exclusivo para la nueva generación de consolas? Pero sean cuales sean, y aunque la relación con un nombre como Call of Duty siempre es complicado, no es tampoco satisfactorio ver como una saga que en su día nos dio tantas horas de diversión cae en el olvido, aunque sea por méritos propios.