Aunque la mona se vista de seda…
Con tal de proliferar la moda consumista que, propia de los Estados Unidos, ha invadido prácticamente toda la Península Ibérica durante los últimos años, el pasado viernes 24 de noviembre tuvo lugar una nueva edición del Black Friday. Así, durante dicho día – y casi durante toda la semana, pues muchos comercios han aprovechado para celebrar una autodenominada ‘Black Week’ – todos los interesados pudimos disfrutar de grandes descuentos tanto a nivel general como en el ámbito del ocio digital. Y lo cierto es que, al margen de muchas promociones falsas que aprovechaban la ocasión para promocionar descuentos auténticamente ridículos (o hasta inexistentes), el evento nos dejó algunas rebajas considerablemente suculentas, como el reciente Assassin’s Creed Origins, que ya se podía encontrar por 39,95€.
Que en plena promoción navideña un juego con un escaso mes en el mercado se encuentre ya a 39,99€, es algo que, desde luego, no debería de extrañar a nadie, sobre todo teniendo en cuenta el desmesurado ritmo al que se mueve el mercado actual. Sin embargo, si somos un poco observadores, podemos comprobar por nosotros mismos cómo ciertas empresas vistieron algunos de sus mayores fracasos comerciales con sus mejores galas, ofertándolos durante el citado Black Friday como si no hubiera un mañana con tal de que los consumidores, al darse cuenta de la gran ventaja económica que suponía hacerse con el producto a lo largo del pasado viernes, cayeran en sus redes. Se creó, así, una necesidad en el comprador, el cual la mayoría de las veces ni siquiera tuvo inicialmente el más mínimo interés en el título en cuestión hasta que pudo hacerse con él por un precio irrisorio. Y que posteriormente, a buen seguro, colocó en su estantería para jugarlo, quizás, dentro de un par de decenas de años, “cuando tenga más tiempo libre”.
Traicionando al fan
Pero vayamos al turrón. Desde un plano personal, que no os quepa la menor duda de que los dos descuentos que más me han impactado han sido, y con diferencia, tanto Gran Turismo Sport como Wolfenstein II: The New Colossus. Se tratan de dos propuestas que han visto su precio reducido a la mitad, pudiendo encontrarse fácilmente por 30 euros, y que tan solo llevan unas semanas en el mercado. Desde luego, Bethesda ya admitió en el pasado estar bastante descontenta con sus lanzamientos a nivel general, pero lo cierto es que de la última aventura de acción protagonizada por B. J. Blazkowicz no había comentado nada hasta el momento. Aunque ya, visto lo visto, creo que sobran las palabras.
Por su parte, Sony Computer también presentó un paquete completo de PlayStation VR con el recién salido del horno Skyrim VR, que, valorado en 500€, se podía encontrar por apenas 299€. Igual ocurre con la Xbox One de 500GB, que, ya desfasada ante la omnipotente Xbox One X, se ofertaba con Rainbow Six Siege por 180€. Y que conste que, en este último caso, no es la primera vez que la encontramos a este precio, pues si algo debemos de reconocerle a Microsoft es que lleva años intentando remontar su más que obvia situación de desventaja contra la marca PlayStation a base de rebajas tan ridículas (en el buen sentido de la palabra, si es que lo puede tener) como las que hemos citado.
La connotación más negativa que se le puede dar a estos descuentos es – además de lo decepcionante que supondrá para las productoras el hecho de llevar a cabo estas medidas para rentabilizar el juego – la parte relacionada con el fan acérrimo. Con ese comprador del día uno que, ilusionado, acude emocionado a la tienda el 18 de octubre para hacerse con su GT Sport, pese a estar éste muy falto de actualizaciones, y, tras dejarse en él una parte de los ahorros que había acumulado los últimos meses, encontrarse, al par de semanas, con la situación que hoy nos concierne.
¿Qué motivación tendrá ese usuario para seguir comprando los juegos de salida, apoyando así a su estudio favorito? ¿Nos vamos a ver obligados a no poder comprar de salida ni siquiera los juegos que más ansiamos por miedo a que bajen de precio a las tres semanas? Espero de corazón que los peces gordos de la industria reflexionen sobre esto, e intenten ser lo más respetuosos posible con los jugones que los apoyan y que los siguen al pie del cañón, porque, al final del día, son los que les dan de comer.