Paralelismos bajo el agua

Muchos discuten sobre si los videojuegos son arte o no. Hay buenos argumentos en un sentido y en otro. Pero de lo que no cabe duda es de que los videojuegos narrativos son recipientes y transmisores de ideas, de valores, perspectivas e ideologías.

Bioshock es una de las sagas míticas de la década de 2010, para algunos una sucesión de obras de arte en toda su definición, y esto se debe en gran medida a su ambientación e historia. Y es que este universo de ficciones distópicas compuesto por tres juegos —y sus DLCs—, cuya punta de lanza fue el estreno de la primera entrega en el año 2007, reactivó un debate que hoy está de plena actualidad: hay videojuegos que son mucho más que puro escapismo. Nos presentan preguntas y nos dejan pensando.

La visión de Ken Levine

Bioshock fue un soplo de aire fresco para el género de shooters en primera persona, desarrollado por Irrational Games/2K Australia y bajo la creativa batuta de Ken Levine. Tuvo un desarrollo accidentado, y recibió la herencia del clásico System Shock. Demostró —o nos recordó— que se podía contar con mecánicas de acción sencillas y, al mismo tiempo, presentar una trama elaborada, de notable profundidad filosófica. Esta combinación de factores le supuso varios premios, y la alabanza de crítica y público para su primera entrega, en menor medida para la segunda y, de nuevo significativamente, para la tercera (Infinite).Aunque cabe decir que para entender la trama de este último se requería un máster. 

A grandes rasgos, la historia del primer juego nos sitúa en 1960 y seguimos las peripecias de un hombre llamado Jack, quien, tras un accidente de avión en pleno Atlántico Norte, desciende a las profundidades y explora una misteriosa y peligrosa urbe submarina en ruinas: Rapture. Allí debe enfrentar las consecuencias de una guerra civil previa entre el fundador de la ciudad, el industrial ultra capitalista Andrew Ryan y el empresario mafioso Frank Fontaine

Todo en un contexto de seres humanos mutados por una sustancia de secuenciación genética llamada ADAM, de la que los ciudadanos, médicos y artistas de Rapture han abusado durante años hasta caer en la locura y la violencia. Jack podrá usar el ADAM para recombinarse genéticamente y obtener habilidades sobrehumanas con las que sobrevivir a los dementes habitantes de la ciudad y encontrar una salida.

Un arrebato de fantasía o ciencia ficción, ¿verdad? ¿Qué tiene que ver esto con la política?, puede preguntarse el lector. Todo. Y es que la influencia definitoria para este juego fue la denominada filosofía objetivista creada e impulsada por la pensadora estadounidense de origen ruso-judío Alisa Zinóvievna Rosenbaum, más conocida como Ayn Rand.

Tras leer El manantial, una de sus obras principales, Ken Levine tuvo la idea para la ambientación del nuevo juego en que trabajaba: una fallida utopía objetivista en el fondo del océano Atlántico, encarnada en la decadente ciudad de Rapture. Pero, ¿en qué se traduce este cruce entre videojuegos y política? 

La ideología objetivista en Rapture

“Soy Andrew Ryan y tengo una pregunta que hacerte… ¿acaso un hombre no tiene derecho al sudor de su propia frente? ‘¡No!’, dice el hombre de Washington, ‘pertenece a los pobres’. ‘¡No!’, dice el hombre del Vaticano, ‘pertenece a Dios’. ‘¡NO!’ dice el hombre de Moscú, ‘pertenece a todos’. Yo rechacé esas respuestas. En vez de eso, elegí algo distinto. Elegí lo imposible. Elegí… Rapture.”Andrew Ryan, fundador de Rapture

Con esta declaración de intenciones, a través de un expresivo anuncio, Andrew Ryan da la bienvenida a los nuevos habitantes de Rapture que descienden en batisfera, y con él se encuentra el protagonista de la historia. A lo largo de la aventura las grabaciones de audio que se irá encontrando Jack le irán revelando cómo era la vida en la ciudad antes de hundirse en el caos más absoluto. Andrew Ryan se presenta como antagonista principal y padre de la utopía fallida, mientras por sus calles acristaladas y sus decadentes salones art decó resuena aún la megafonía cargada de propaganda laissez faire de corte objetivista con la que Ryan dio forma a un sueño tornado ahora en pesadilla.

Y, ¿en qué consistía el objetivismo? En palabras de Ayn Rand, su precursora, se trataría de una “filosofía práctica para vivir en la Tierra”, donde “cada hombre es un fin en sí mismo, y no el medio para los fines de otros”. Una antropología política que traslada el eje de interés a la tríada razón-individualismo-capitalismo; a un individualismo absoluto que contempla la búsqueda del beneficio personal, sin limitaciones estatales o morales impuestas, como única vía de progreso social. Entre sus ideas figuraba un rechazo total al monopolio del estado en el uso de la fuerza, a los impuestos, a los servicios públicos, a la regulación de negocios, a las subvenciones estatales o a la religión organizada.

Rand partía de que los únicos absolutos humanos eran la razón y el interés propio, y consideraba inmorales y peligrosas las ideas de intuición, altruismo y fe. A través de sus obras principales (El manantial, 1943; La rebelión de Atlas, 1957; y La virtud del egoísmo, 1964) establecía que sólo un capitalismo sin trabas era compatible como sistema de organización social, dada la naturaleza racional del ser humano. Las acciones del estado entorpecerían dicho principio de racionalidad al aposentarse sobre el “eje misticismo-altruismo-colectivismo”.

Rand nació en la Rusia zarista de 1905, vivió la Revolución rusa de 1917 (tras la que su familia perdió el negocio que regentaban) y padeció escasez. Estudió filosofía, historia y cine antes de emigrar a los Estados Unidos y trabajar durante algunos años en Hollywood como guionista. Años después sentaría las bases de su modelo filosófico objetivista y lo promocionaría a través de organizaciones como el Ayn Rand Institute y la Atlas Society, hasta su muerte en 1982.

¿A qué le llamas libertad? — A no pedir nada. A no esperar nada. A no depender de nada.” — Ayn Rand.

Su experiencia y filosofía vitales fueron la inspiración para el personaje fundador de la Rapture de Bioshock, y el propio nombre de Andrew Ryan es un trasunto, a modo casi de anagrama, del nombre de Ayn Rand. Ambas biografías, la real y la ficticia, presentan a dos seres humanos hastiados de los totalitarismos que asolaban Europa desde mediados del siglo XX. 

Ambos quedarían impactados por el desastre de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Andrei Rianofski (Andrew Ryan) también escapa de Rusia y hace fortuna en América, antes de quedar decepcionado con “la vida en la superficie”. En una de sus grabaciones propagandísticas de la megafonía ciudadana, Ryan clama que: “La revolución marxista simplemente cambió una mentira por otra. En vez de un solo hombre que se apropiaba del trabajo de todos, el Zar, TODOS se apropiaban del trabajo de todos. Entonces fui a América, donde un hombre podía poseer su propio trabajo, donde un hombre podía beneficiarse del brillo de su propia mente, de la fuerza de sus propios músculos, del poderío de su propia voluntad. Durante un tiempo creí haber encontrado el paraíso”. 

Se nos revela más tarde que Ryan dio por terminado su idilio con la “tierra de las oportunidades” al observar la implantación de políticas keynesianas y asistencialistas por parte de los impulsores del New Deal. Convencido de que no había un país para gente como él, decidió crear uno a su medida. 

Además del anti estatismo, y al igual que Rand, Andrew Ryan se presenta como ateo, y rechaza los conceptos morales de la religión: para él lo más místico que existe sería el concepto de La Gran Cadena (una suerte de mezcla simbólica entre la “Mano Invisible” de Adam Smith y una idea metafísica de justicia universal y progreso inevitable). Para Ryan y sus acólitos, mientras los eslabones de la cadena actúen racionalmente y en beneficio propio (acordes a la naturaleza racional que señalaba Rand) la sociedad laissez faire funcionaría.

Para Ayn Rand existía una diferencia clave entre egoísmo racional y egoísmo caprichoso, imbuido de sentimientos. El egoísmo caprichoso llevaría a la incompatibilidad de desarrollo, es contraproducente. En Bioshock, la ciudad se gobierna como una gran empresa o conjunto de empresas, mediante un consejo de administración, los Grandes Hombres.

En oposición a esto, Ryan ataca constantemente a los “parásitos”, aquellos que él entiende como usurpadores caprichosos y envidiosos de lo que le corresponde al individuo esforzado. Estos parásitos odiarían la libertad, la imaginación y el éxito, y tratarían de destruirlos por todos los medios. Para él la superficie estaba repleta de parásitos, y Rapture sólo podía construirse bajo las olas, a salvo de gobiernos intervencionistas, iglesias, sindicatos y guerras. 

Este enfoque lleva a Ryan a un estado de paranoia y persecución que termina sumiendo a Rapture en una tiranía, primero, y en una anarquía, después. Algo que parece una referencia al macartismo de los años 50 en Estados Unidos, cuando el senador republicano Joseph McCarthy veía agentes subversivos, comunistas y radicales en todas partes. Su paranoia destruyó su carrera.

“En la superficie, el parásito espera que el médico lo trate gratis, que el granjero lo alimente por caridad. Qué poco se diferencia del pervertido, que merodea por las calles, en busca de una víctima a la que pueda violar para su grotesca diversión.”Andrew Ryan
“Es fácil ver cómo donde hay sacrificios, alguien los está recogiendo. Donde hay servicio, alguien está siendo servido. El hombre que te habla de sacrificios está hablando de esclavos y amos, e intenta ser el amo.”Ayn Rand

Como vemos, la línea discursiva de Ryan traslada al juego, de forma ajustada y también paródica, la construcción teórico-filosófica de RandEn la siguiente parte de este análisis veremos cómo se produce el descenso de Rapture hacia un estado de caos del que ya no se recuperará, y qué lecciones filosóficas nos invita a extraer este inmortal clásico de los videojuegos.