Aprender y cuidar
La exploración es, posiblemente, el mayor síntoma de la inquietud humana. No me quedo corto si afirmo que hemos llegado a donde estamos en gran parte gracias a un espíritu curioso que ansía conocimiento, investigación, aprendizaje. A veces, uno se plantea — sobre todo con los 30 asomando en la distancia, ya no tan lejana — qué quiere hacer en su vida. Cómo le gustaría sentirse en ella, más bien, independientemente de tener que trabajar para subsistir. Y normalmente llego siempre a la misma conclusión: habiendo aprendido todo lo que pueda. Esto puede estar sonando bastante pedante por mi parte, pero ojo, no aspiro a dejar de lado otras sensaciones como “estar con los seres queridos” y demás. Claro que quiero divertirme, pero ese tipo de cosas las doy por supuestas. Hablamos de lo que queremos haber hecho para considerar una vida como “plena”. Y aquí es donde creo que la exploración, el indagar y el estar constantemente descubriendo cosas nuevas es lo que ha llenado a muchos desde tiempos inmemoriales.
Pero basta de hablar de mí, volveremos a estos conceptos más tarde. Venimos a comentar ideas acerca de Beasts of Maravilla Island, un título que vio la luz el año pasado y que ha pasado ciertamente desapercibido. Y es que el asunto es peliagudo, dado que, como muchos otros títulos que salen cada año, Beasts of Maravilla Island es una pequeña experiencia interactiva que se pierde en la marea del consumo masivo.
Encarnamos a Marina, una intrépida joven que, gracias al diario de su abuelo, decide investigar la isla Maravilla de la que tanto le hablaba cuando era pequeña. Este paraje parece relativamente usual en un primer vistazo, pero las criaturas que lo pueblan están repletas de secretos y misterios, además de ser excepcionalmente sublimes. Un descubrimiento increíble para la ciencia. Cientos de especies sin catalogar en un solo lugar que se divide en diversos ecosistemas, donde infinitas formas y colores hacen gala de peculiaridad. No nos encontraremos con un pájaro colorido propio del trópico, no. El pájaro tiene forma de plátano. A lo largo de la aventura tendremos que fotografiar a las diferentes criaturas e ir catalogándolas en nuestro álbum. Marina no solo toma instantáneas, sino que aprende, anota y estudia, intentando comprender el funcionamiento del ecosistema correspondiente. Se puede ir completando cada sección sin encontrar todo lo secundario, pero la experiencia es suficientemente corta como para ejercer ese esfuerzo extra.
El título se centra en la fotografía. Podemos tomar instantáneas del paisaje o los habitantes de la isla, ya sean insectos, sapos, plantas, etcétera. Incluso del monave, una especie de mono volador con plumas. Sobre las criaturas iremos aprendiendo poco a poco y entenderemos cómo coexisten entre sí a medida que repasamos los bocetos del diario y los clasificamos en nuestro álbum. Pero, además, tendremos un par de puzles, que no son tal, distribuidos por el recorrido. Son un poco frustrantes, todo sea dicho, ya que no aportan prácticamente nada al jugador y son un síntoma del pequeño intento de introducir mecánicas poco eficaces a nivel narrativo. Tenemos que fotografiar una planta fotosensible y al hacerlo el flash de nuestra cámara la hará cambiar de forma, dejándonos avanzar. También nos encontramos con otro en el que tenemos que colocar un par de criaturas en posturas concretas o un ligero puzle sonoro.
Pero esta obra se funde con el jugador en lo visual. Puede no parecer muy potente en lo técnico y, de hecho, no lo es. Pero tampoco lo pretende. Basta con un conjunto de elementos llamativos para que el concepto global sea satisfactorio. Sin embargo, lo que sí pretende es transmitir un mensaje. Tal vez sea este el mayor indicador de que los autores del título tienen unas ideas claras y quieren crear en torno a ellas. Este mensaje vira sobre dos conceptos que, a decir verdad, son claves en la existencia humana: aprender y cuidar.
Aprender porque, como decíamos al inicio, somos seres curiosos. Siempre queremos saber más, explorar más allá. Estamos dispuestos a salir de nuestro planeta para hacerlo si hace falta, pero también queremos aprender de lo local. Investigar cada centímetro del terreno para poder recopilar la información sobre todas las especies existentes, descubrirlas y catalogarlas para poder explicarles a generaciones futuras: “así es (o era) el mundo”. Cuidar porque, si recordáis Alba: A Wildlife Adventure, proponía enfocar la necesidad de conservar la fauna y la flora por encima de algunos intereses político-económicos que pueden beneficiarnos, pero que poco o nada tiene que ver con una ética respetable de cara a nuestra convivencia en el planeta. En Beasts of Maravilla Island la propuesta sigue una tónica similar: somos los únicos con potestad de destruirlo todo y, a la vez, de no hacerlo.
No podemos salvar aquello que desconocemos, por lo que nuestro deber es compartir la magia de esta isla con el mundo
Puede que la jugabilidad no acompase tanto como debiera al apartado visual que nos absorbe pese a su simpleza. Puede que el avance sea prácticamente lineal más allá de intentar observar algunas criaturas medianamente ocultas. Puede que la interacción con el entorno, más allá de silbar, no sea nada del otro mundo y el sabor de boca final tienda a lo agridulce. Pero la premisa de producir una obra para intentar promulgar un mensaje de este tipo hace que la experiencia merezca la pena. Al final, nuestro interés por aprender lo que los demás tienen que decir es una de las pocas cosas sumamente valiosas y a las que podemos dedicarle ese esfuerzo extra. Sin duda, Banana Bird Studios queda en el punto de mira a la espera de proyectos futuros, tal vez más pulidos, pero que bastarán si poseen la misma intención que este proyecto.
Esta crítica se ha realizado con una copia adquirida por la propia redacción.