Salvaguardando la cultura
Hace solo unos días hablábamos del cierre de la PS Store en las plataformas de PS3, PSP y PS Vita. Las consecuencias de la obsolescencia son evidentes y multitud de servicios que disfrutábamos hace años, con el tiempo, se van difuminando hasta su inevitable cierre. El modelo actual así lo considera y las compañías no enfrentarán una pérdida de beneficios por la vía larga, solucionando el problema de la forma más eficiente (para algunos) posible.
La incertidumbre inicial se resolvió poco después. Sí, el usuario podrá descargarlo adquirido incluso después del cierre de la plataforma. Pero como jugadores seguimos acarreando nuestras inseguridades, sobre todo como consecuencia a la — cada vez más engrosada — lista de prácticas dudosamente éticas que aparecen en los medios en relación con la industria del videojuego. Y, como es ya costumbre, esta no defrauda. Este fin de semana, VGC ha publicado un análisis sobre los aproximadamente 2.000 juegos que desaparecerán tras el cierre de la tienda de PlayStation en las plataformas mencionadas. Algunos de ellos, por desgracia, no se encuentran en otras plataformas por lo que técnicamente desaparecerán “para siempre”.
Más allá de las implicaciones directas que esto puede tener que, sumado a las dificultades en torno a la retrocompatibilidad en algunos casos, hace que, cada vez, el usuario lo tenga más difícil para acceder a las obras que jugó hace años, o simplemente nunca llegó a disfrutar. Ejemplares físicos que rondan los cientos de euros en tiendas de segunda mano, obras que caen en la especulación sin freno (a sabiendas de la propia compañía), cierres en los servidores y tiendas, etcétera. A todo ello, además, debemos sumar el potencial de lo digital para actualizar la obra, así como de los remakes y ports como solución (y añadido económico), algo de agradecer pero que también dificulta el debate sobre cuándo y cómo debemos gastar el dinero, así como qué versión es “la buena”, la que debemos conservar.
Últimamente leo mucho acerca de eso que llamamos “batalla por la conservación” en el mundo del videojuego. Pero ¿dónde está exactamente la batalla?
La situación se asemeja más a una crítica a la desesperada que, pese a nuestros esfuerzos, pasa sin pena ni gloria frente a la búsqueda de beneficio. Las empresas que dominan el sector no parecen acoger esta “lucha” en su seno y, como tal, continuarán con sus prácticas hasta que otro grupo de presión/poder ejerza un contramovimiento. Mientras tanto, el espacio cultural que supone el videojuego se encuentra cada vez más alejado de las manos de los jugadores, más distanciado del posible control que estos puedan desempeñar. Hay quien cree que lo efímero funciona mejor, que no es necesario rescatar obras que ya pasaron. Parece que las principales empresas han acogido ese pensamiento como propio, de ahí la apuesta por lo que menos dinero cuesta mantener, incluso si eso supone enterrar años de trabajo cuando ya no dan un beneficio directo.
Y sí, todo esto es, en cierto modo, consecuencia de un tratamiento sistémicamente degenerativo hacia los espacios culturales en general y hacia el videojuego en particular. Sumado a la mala praxis en términos de derechos laborales, derechos del consumidor y a lo que parece una nula intención por abaratar el videojuego en pro de un consumo más democrático, nos queda una industria distante de la idealización que, a menudo, tenemos (donde yo mismo me incluyo).
Basta pararse a reflexionar unos instantes para comprobar que, incluso los movimientos más “positivos” como puede ser el videojuego por suscripción, tienen su condición grisácea, donde se evidencia más la falta de control del usuario en el contenido, siempre en manos de la empresa. No todo es blanco o negro y, como tal, seguiremos enfrentando problemas como este en el futuro, teniendo que exigir un mayor beneficio del jugador que, en definitiva, es el principal motor de toda esta maquinaria.