De monstruos, héroes y otros seres a los que llamamos niños
“Todos tenemos un niño dentro”. Ah, sí. Una frase algo manida ya, ¿no? Bueno, es cierto que, si nos paramos a pensarlo, la hemos utilizado a menudo como excusa para cualquiera que se “comporta como un niño”. Pero claro, ¿qué significa precisamente eso? ¿Es jugar a videojuegos un acto que alimenta a nuestro niño interior? Tal vez deberíamos verlo como un entretenimiento cultural que no distingue especialmente entre edades. Si no, nos encontramos infantilizando actitudes y acaban surgiendo expresiones como: “Oh, claro, juega a Warhammer porque su niño interior está muy presente”.
Lo que nos diferencia de aquella época en la que íbamos al colegio, más allá de la ingenuidad propia del desconocimiento, es que a nosotros ya no se nos permite perder el tiempo. Pero claro que jugamos. Claro que tenemos imaginación. Claro que ideamos cosas con amigos para pasárnoslo bien. Pero nos dicen que el país no se levanta solo, así que toca endeudarse y dejar de lado nuestras aficiones, lo que nos gusta y lo que nos hace sentir vivos, todo para poder sobrevivir. Pero, a veces, uno alcanza a regresar a lo que le gusta. A disfrutar de unas cuantas horas con una consola que compró hace años con un juego que está ahí para evocar su infancia: Attack of the Friday Monsters! A Tokyo Tale.
Estamos ante un título para 3DS que puede adquirirse (o se podía) en la eShop a un precio irrisorio. Por poner en contexto, Attack of the Friday Monsters! A Tokyo Tale formó parte de un proyecto de Level-5 en el que se crearon pequeños juegos a modo de colaboración. El título dura poco, unas 4 horitas a lo sumo si nos entretenemos mucho, pero cuesta pensar en cómo hacer calar en el público un título tan corto en 2013, en plena época de juegos con planteamientos titánicos. Por suerte, a día de hoy, gran parte de la comunidad ha abierto las puertas a los títulos de menor duración. Y menos mal, porque experiencias como esta son las que nos hacen recordar, revivir y querer abrazar otras aventuras audiovisuales.
Attack of the Friday Monsters! A Tokyo Tale versa sobre una pequeña historia alrededor de Sohta, un chaval de primaria que se muda a un pueblito de esos del Japón rural. Su familia ha montado una lavandería en su propia casa para atender las necesidades del pueblo. Para los mayores fans del anime y del manga, las sensaciones serán genuinas y nostálgicas. Todo a nuestro alrededor en este pueblito de 1971 se siente muy buenrollero, muy estético y armonioso con esas vibes del verano japonés. Desde los campos en la distancia, los callejones entre las casas tradicionales, pasando por el tren que pasa cada ciertos minutos que conforma esa imagen tan reconocible del Japón de fin de siglo que tanto llama la atención en la cultura popular.
Toca trasladarse a la infancia, a la mente de Sohta, en una pequeña aventura de 26 episodios. Estos vienen a ser una suerte de misiones que pueden prolongarse más o menos tiempo, ya que irán surgiendo según hablemos con los diferentes habitantes y las completaremos de forma desordenada. Principalmente, ocuparemos nuestro tiempo recorriendo el pueblo de cabo a rabo hablando con todos. Es una aventura muy conversacional en la que todo está guionizado, pero estamos aquí para disfrutar de la experiencia. De ahí que los cambios de cámara y plano, que siempre son fijos, dejen estampas preciosas medidas al milímetro para transmitir al máximo.
Sohta tiene que hacerse hueco en el que será su nuevo grupo de amigos. En un ambiente primaveral, casi veraniego, tocará rememorar esos momentos de nuestra infancia en los que hablábamos con desconocidos cuando íbamos de vacaciones. Como Alba: A Wildlife Adventure o la ansiada entrega de Shin Chan (que tal vez vea la luz algún día en Europa), estos toques nostálgicos nos hacen desconectar de las necesidades de la vida adulta para dedicarnos a lo que nos gusta, a disfrutar de los quehaceres más simples.
¿Cómo hacernos hueco? Como haría cualquier niño: jugando. La mecánica principal, más allá de conversar, es jugar a un divertido y simple juego de cartas ideado por los propios niños. Y se basa en el principal atractivo televisivo de los jóvenes de la época, las series tokusatsu de los 60 y 70. Sí, esas en las que míticas criaturas llamadas kaijus se enfrentan a héroes que adquieren robots (o transformaciones) gigantescas. Series que han marcado el futuro de la animación japonesa y la experiencia audiovisual de muchos niños occidentales (entre los que me incluyo) que han vivido esto a través de sus pantallas. Estos monstruos son la obsesión de los chicos del lugar, así que el juego de cartas versa completamente en torno a ellos.
Sirve tanto como coleccionismo como para divertirse entre sí. Es más, se utiliza para posicionarse jerárquicamente en un pequeño juego de jefe – sirviente, donde el ganador de la partida de cartas se convierte en el amo del otro. El jefe tiene derecho a lanzar un hechizo a placer, teniendo el otro que tumbarse en el suelo y levantarse cuando lo ordene. Un juego de niños que adquiere relevancia para la trama ya que algunos personajes querrán que les ganemos porque solo nos ayudan si nos respetan como jefes. Esta posición, además, es muy variable, pues querremos seguir jugando con nuestros sirvientes ya que recibiremos más cartas, arriesgando nuestro estatus en cada partida.
Iremos obteniendo una especie de destellos que, al acumularse, nos darán la carta correspondiente. Esto nos obliga un poco a recorrer el pueblo constantemente si queremos encontrarlas todas y, como se regeneran pasados ciertos episodios, seguiremos haciéndolo durante un buen rato. Los monstruos combaten con una estructura básica de piedra-papel-tijeras. En caso de empate, las cartas con mayor fuerza ganarán. Si combinamos varias iguales podremos aumentar su poder y así nos aseguramos de ganar siempre que podamos. La gracia está en que nos darán pistas previas sobre un par de enfrentamientos, obligándonos a cambiar la posición de dos cartas y valorar durante minutos si merece la pena cambiar una carta u otra.
Se trata de un juego perfecto para echar una de estas calurosas tardes de verano delante de un ventilador al más puro estilo costumbrista, como el propio juego. Transmite a la perfección la sensación de experimentar una película de animación y, por su parte, esa simbología tan cercana a los monstruos japoneses solo hace que nos entren ganas de revivir películas como Shin Gojira o esperar con más ansia el Ultraman de Hideaki Anno. No puedo no recomendar disfrutar estas sensaciones y contextualizarlas dentro del sentir del país nipón. La relación de esta clase de monstruos con el espíritu japonés posterior al triste desenlace de la II Guerra Mundial y la amenaza nuclear es digna de experimentarse.
Quizás me hubiera gustado que la experiencia diera un poco más de sí. El mini-juego de las cartas es más entretenido de lo que pensaba y la trama es acogedora, pero no puedo parar de pensar en que con un par de vueltas de tuerca, Attack of the Friday Monsters podría haber ido más allá y entrar en los corazones de muchas más personas. Pero, en general, es una experiencia maravillosa que me alegro de no haber pasado por alto. Pertenecer a un nuevo grupo de amigos, hacerse hueco, superar adversidades del pasado. Hay mensajes más profundos de lo que parece en esta pequeña estampa de la niñez. Los trenes pasan en la distancia, en más de un sentido. A veces, conviene sentarse a recordar las oportunidades que no cogimos, las decisiones que arrastramos y lo que nos ha llevado a donde estamos. Reflexionar sobre ello siempre abrirá nuestros corazones. Y recordad: los viernes aparecen los monstruos.