Como una loncha de queso
Cocinar es una necesidad, cocinar bien es todo un arte. Mis experiencias culinarias siempre dejan el mismo resultado: un elemento que visualmente sería atrevido llamarlo comida pero que está tremendamente rico. No tengo casi soltura en la cocina y la primera vez que calenté aceite me tuve que proteger con una tapadera porque no paraba de saltarme. He reventado mantequilla en un microondas, he presenciado una masa de pizza tragarse el papel albal que lo cubría y he puesto un horno a calentar para darme cuenta una hora después que estaría bien eso de meter algo dentro. Cocinar es un arte que no controlo del todo, pero si hay algo que tenemos en común todos los que empezamos en el mundo culinario es que da igual dónde te coloques, que siempre vas a estorbar. No falla nunca.
Overcooked va precisamente de eso, de estorbar. Coge ese concepto de sincronizarse y trabajar como una máquina perfectamente engrasada y le mete con calzador pasillos estrechos, una rata que te roba el queso o, simplemente, dos platos y un fregadero. Es un juego de puzles encubierto, con un montón de escenarios distintos pero con dos o tres recetas cada uno, ya que es mucho más gratificante descubrir la ruta optima para entregar esa hamburguesa que la hamburguesa en sí. Los que saben de esto dicen que estar entre fogones es más un ritual que un mero trámite, convertir algo tan necesario como alimentarse en un semibaile de experimentación constante, saber medir el trazo y frenar cuando es debido. Pero claro, para llegar a semejante nivel de pedantería hay que aprender a cocer un huevo, y si algo enseña Overcooked es que hasta la tarea más nimia puede resultar en un incendio.
A ver, tampoco le voy a dar más profundidad de la que tiene, es un juego cooperativo de puzles y poco más. La historia está por estar, los monigotes son simplones pero con personalidad y no va a romper ningún molde, pero es que tú tampoco. Overcooked lo juego con mi novia en cooperativo, y consigue unirnos en esos puntos donde Mario Kart nos enfrenta. Nos necesitamos el uno al otro, literalmente. Si ella necesita lechuga, tengo que cortársela, porque ella estará poniendo la carne en la sartén, pero yo necesito un plato y justamente los tiene a su lado. De repente, algo se prende fuego, en vez de coger el extintor coge la olla, voy a apagarlo pero se ha extendido, y cuando parece que todo vuelve a la normalidad el escenario se separa, ella se queda sin ingredientes y yo sin hamburguesa que entregar. Vamos, como la vida misma. Al final, acabas haciendo una pizza precocinada en el horno y a ver The Office, porque hay que ser conscientes de nuestras propias limitaciones.
Aquí también afloran nuestras personalidades, porque siempre hay uno que se pica más que el otro (exacto, soy yo). La cosa siempre va así: abrimos un nivel, vemos que es un desastre, paramos, intentamos formar una estrategia improvisando lo menos posible y reiniciamos. Sin embargo, esto conlleva que uno solo se centre en sí mismo, limitando el margen de maniobra y agrandando el de error, porque como cojas el ingrediente que no es o lo eches ya cortado sin querer a la basura en vez de a la cazuela es cuando empieza el drama. Yo soy mucho más mecánico, pero ella ve el gran esquema de las cosas porque sabe cómo funciona una cocina. Para mí es juntar elementos de una lista y pum, obtienes un resultado, pero hay que saber darle forma, ese toque salvaje y atrevido para que el bizcocho no salga perfecto, pero tenga el mejor sabor posible. Quizá por eso me acerque con más frecuencia al teclado que a la vitrocerámica. Por otro lado, no todo es muerte, destrucción y patatas chamuscadas, también existen esos momentos de satisfacción absoluta.
Cocinar entre dos, ya sea en la vida real o en el juego, es un baile. Es normal que, si no se sabe, las cosas salgan mal, uno se tropiece y el suelo comience a fracturarse. Nadie nace sabiendo, y la paciencia es una virtud que se cuece a fuego lento. Pero ay cuando sale bien… Se habla mucho de entrar en La Zona con Tetris o los bullet-hell, ese estado mental de concentración absoluta en el que ves más allá de lo que te muestra la pantalla. El mando no se nota porque eres uno con él, la mirada se nubla pero distingues cada pixel a la perfección y todo el ruido que te rodea desaparece por arte de magia. La pantalla no existe y parece que casi trasciendas a un nivel superior de la existencia. Y entonces le pides un troncho de carne y te lo da picado, y mientras hierves la lechuga estás a la vez calculando cuánto va a tardar en lavar los platos para empezar a poner el pan de la hamburguesa, y mientras ella junta los ingredientes tú vas recogiendo lo necesario para la siguiente ronda. El amor se suele describir como miradas que dicen todo sin soltar ni media palabra, caminar dando exactamente los mismos pasos, y aquí esos momentos se dan una y otra vez. La intuición toma un papel crucial porque no vas a tener todo bajo control, pero dentro de esa sincronía perfecta entra tanto ocuparse de lo que ya has servido, preparar lo que se viene y facilitarle el trabajo lo máximo posible al otro sin pasarse.
Hay muchos juegos que se usan con la coletilla “destruye amistades/relaciones”, y puedo llegar a entender el por qué. También te digo: si te enfadas con tu pareja porque te ha traicionado jugando al Mario Party quizá el problema no sea suyo. A lo que voy es que no se habla tanto de juegos que unen. Sí, está Animal Crossing, que salvó a muchos en mitad del encierro, o It Takes Two, que está directamente enfocado para explorar esos temas, pero también se puede reforzar esa conexión con otros muchos. Overcooked es un juego estresante, sí, pero que nos ha enseñado que lo importante no es la hamburguesa, sino hacerla juntos. También probamos de refilón un LEGO Star Wars y os comentaré cuando lo hayamos terminado, pero con lo que me quiero quedar es con esa idea del principio. Cocinar no es nada fácil, menos si eres un patoso, pero si te atascas pide que te echen una mano sin miedo, que con cariño todo sale. Y por favor, ponte donde te digan. No, justamente delante del fregadero no.