Calma y reflexión gracias al mar
Abzû busca relajarnos y no tarda ni un segundo en demostrárnoslo. En primer lugar, el título de Giant Squid no usa su apartado visual como un simple adorno, sino que lo convierte en parte fundamental de su premisa. Somos un buceador y yacemos rodeados de un inmenso océano con el sol en nuestras narices. No sabemos cómo hemos llegado ni nos hace falta. El estudio responsable de The Pathless, capitaneado por Matt Nava, antiguo director de arte de Journey, quiere que comprendamos nuestra función en el juego centrándonos en lo que vemos. Y lo que observamos es simplemente azul arriba, abajo y un montón de luminosidad, mientras estamos flotando en medio de un mar. No sucede nada brusco, se trata de un entorno calmado, sin apenas marea. Esta sensación no es solo causada por la inexistencia de sorpresas, es consecuencia de un ambiente azulado. La elección de esta localización no es ingenua, ya que el azul es un color que favorece la relajación, según varias investigaciones, véase la de Molina (2014) o la de Álvarez (2011).
Pero esto es un videojuego y hay que moverse en algún momento. Así, empezamos a vagar por el mar para acabar sumergidos en él. Pese a dejar nuestra inmovilidad, seguimos relajados. Esto sucede porque nuestro movimiento va en línea con la premisa inicial. Con nuestros joysticks movemos nuestra cámara y personaje, en unos movimientos circulares propios de esta parte del controlador. La coreografía es distendida, plagada de oscilaciones suaves. Una decisión creativa simple, pero acertada. En contraposición a unos meneos rectos y precipitados, nuestra travesía es circular y un poco retrasada por el peso del agua. Además, es una danza fácil de comprender por dos motivos: por un lado, disponemos de un claro y fugaz tutorial y, por el otro, no tenemos muchas acciones que aprender, tan solo las comentadas más un botón de interactuar y uno para dar un giro. Quizás una mayor complejidad en los controles hubiera sido contraproducente; nos hubiera preocupado y distraído de esa paz que pretende Abzû.
Durante nuestro viaje submarino nos sigue acompañando el azul, a veces más claro y otras más oscuro, aunque no por ello menos bello. Por su parte, la luz del sol queda algo menguada por el agua y entran en juego una variedad de peces. Los hay grandes como tiburones o delfines, estirados como congrios y algunos pequeños como el pez payaso. Estos animales no son peligrosos, no rompen ese clima de tranquilidad, sino que son nuestros acompañantes. Al igual que nosotros, apuestan por unos movimientos circulares y reposados. Si ya relaja vernos bucear, observar la pantalla llena de sujetos que hacen lo mismo es todavía más reconfortante. Pero habíamos dicho que la claridad del sol había disminuido. Ningún problema. Giant Squid nos ofrece unos peces con diversas tonalidades que mantienen el colorido y que incluso lo potencian.
La aparición de estas criaturas es una novedad que no trastoca el ritmo calmado de Abzû. Tampoco lo consigue la manifestación de unas ruinas de una antigua civilización. Pensamos en su significado, pero no nos agobiamos porque no parecen simbolizar conceptos extraños, sino que logran añadir misterio al viaje, dándole variedad. Pensándolo bien, centrarse solo en el placer de nadar hubiese sido repetitivo teniendo en cuenta que Abzû puede durar 2 horas y media. Por esta razón, creo que los desarrolladores se fijaron en Journey y acuñaron un argumento interesante, pero que no elimina la otra vertiente de la experiencia. Eso sí, la presente obra acaba siendo distinta a la de thatgamecompany. Y es que Giant Squid desecha una aventura personal y existencialista para abrazar una reflexión sobre la importancia de la vida marina.
Buceador y fauna repiten movimientos circulares que posibilitan la relajación
Para descubrir este mensaje, aparte de dejarnos bucear por el océano, se nos sugieren dos tipos de fases especiales. Una consiste en dejarse llevar por la corriente del agua a toda velocidad y, sin duda, rinde excelentemente. Esto sucede porque rompe la dinámica sosegada con unos segundos de adrenalina, lo cual da variedad, y a la vez estimula el ensalzamiento de la fauna. A lo largo de esos períodos contemplamos la majestuosidad de unos peces que forman enormes y preciosos bancos en su transcurso paralelo a nosotros, combinando sus colores para dar algunas de las estampas más bonitas de esta producción. Respecto a estas situaciones, hay que premiar una experimentación con los ángulos de cámara que exalta su grandeza. Eso sí, esta práctica no es habitual, por lo que se echa en falta un uso más continuado para evitar cierta repetitividad.
He aquí el mayor defecto de Abzû. No lo digo por sus tramos de velocidad, sino por sus espacios de puzles poco inspirados que solo consisten en tocar el botón de interactuar para activar interruptores. Lo peor de los rompecabezas no es que sean simples, es que son triviales. No nos dicen nada, no nos comunican algo como si hacen las otras partes del título. Cuando los resolvemos ni sentimos misterio por saber lo que hemos desencadenado ni los vemos como algo extraordinario. Pienso que con estas fases Giant Squid buscaba añadir más variedad y al final lo que acabó introduciendo fue algo contrario a la obra: pesadez. Y es una pena, puesto que el videojuego transmite su calma y reflexión en el resto de sus apartados. Incluso con la banda sonora de Austin Wintory, compositor también de Journey. De nuevo, el autor nos regala unas melodías exquisitas que juntan instrumentos y coros, pero que sobre todo sobresalen por su adecuación a lo que pasa en nuestro monitor. Esto se nota cuando encaramos las fases de velocidad cuando de repente la música no se queda atrás y sigue ese ritmo apresurado.
Abzû triunfa la mayoría del tiempo porque está centrado en fusionar la tranquilidad con nuestros movimientos y la reflexión con el paisaje. No obstante, hay momentos recurrentes en los que se desvía de su consigna con la introducción de puzles. Se podía pensar que incrustar un elemento novedoso serviría para hacer más variada la obra, pero no es así. Los acertijos se sienten externos e insignificantes. Es como si a un producto tan personal se le hubiera inyectado una pieza demasiado común que vemos en varios AAA que alternan su acción con unos minutos de pausa. Aun así, Abzû sigue siendo un muy buen juego que se empeña en trasladar una idea y que cumple. Al ver sus créditos, lo más importante es que estamos serenos, alejados de la rutina y cautivados el mar.