Del creador de "El juego es arte pero no importa"
Yo no creo en el sistema de puntuación para el arte; ni para el cine, ni la música ni los videojuegos. Aun así tengo una cuenta en backloggd donde califico (casi) todo lo que juego y una en letterboxd para el cine. Es más que nada para tener una referencia personal sobre cómo me sentí con una obra. Es un sistema bastante fallido porque a juegos como Crow Country, juego que me gustó mucho, que es una experiencia redonda de principio a fin y que sabe durar lo justo, pero del que esperaba una experiencia muy diferente le di un seis de diez mientras que a Tchia, que me pareció un juego con unos puntos muy fuertes y momentos de la historia muy lindos, pero con una fórmula muy repetitiva y unas mecánicas muy superficiales, también le di un seis. Son dos experiencias muy diferentes la una de la otra y aún así comparten nota.
Tampoco creo en el sistema de puntuación porque en primer lugar, todos y cada uno de nosotros valoramos diferentes aspectos de los videojuegos de formas diferentes y una puntuación determinada le damos un significado distinto. Para mí un ocho de diez es una experiencia excelente, que disfruté a cabalidad pero de la cual no pude enamorarme por completo o, que si bien llegué a amar -como es el caso con Grand Theft Auto San Andreas– tengo que restarle méritos por simplemente tener demasiados puntos en contra. Para otros quizás un ocho para describir un juego de este nivel de calidad es muy recatado; no podemos exigirle, después de todo, a cada título que juguemos que nos cautive al punto de enamorarnos, pero ése es mi estándar personal y ya que sólo lo uso para tener una referencia propia de cómo me sentí jugando a una obra en su momento, no la pienso modificar.
De métricas y numeritos
Al momento, eso sí, hay momentos en los que uno como crítico tiene que tratar de ser más imparcial -que no objetivo, ya que la objetividad no existe en el arte-, al analizar un videojuego, no podría darle un, por decir algo, cinco de diez a Elden Ring porque si bien disfruté la mayor parte del juego a cabalidad, su fórmula repetitiva de mazmorras que bien podrían haber sido generadas proceduralmente, el exceso de bosses reutilizados y mi cansancio general con los souls-like como género no me permiten decir nada más del juego que “está bien”. Eso para mí es un cinco de diez; no es un sólido “me gustó”, lo que sería un seis. Pero no sólo los gamers™ me colgarían de los dedos gordos de los pies en alguna plaza pública si le diera un cinco a su querido juegodelaño™ 2022, sino que además -y como mencioné anteriormente-, al analizar juegos para un tercero -como en este caso sería HyperHype-, tengo que pensar en valorar la obra de turno un poco alejado de mis gustos personales y tratar de balancear sus puntos fuertes con sus puntos débiles.
El problema de esto es que un videojuego es una obra atómica. Se puede diseccionar en apartado gráfico, composición, banda sonora, jugabilidad, historia y un montón de apartados más, pero al final del día una obra entrega una experiencia -personal e intransferible para cada persona-, pero una experiencia al fin y al cabo. Por suerte en HyperHype no usamos notas para calificar los juegos. Sí, usamos condecoraciones representadas por una medalla de oro y otra de plata y aunque esta medida sea mucho más abstracta que las puntuaciones, no deja de ser menos arbitraria ni afectada por el insidioso recency bias que hace que hasta críticos reconocidos de medios grandes exclamen tonterías como que el juego que dejaron de jugar el día anterior es el mejor juego de toda la historia -ejem-. Y yo mismo soy culpable de esto, que no quepa duda. Si pudiera volver atrás en el tiempo no serían pocos los juegos a los que le bajaría la medalla de oro que les di a una de plata o se las quitaría completamente. Es por esto en gran parte que dejé de dar medallas de lleno y me limito a que sean mis propias palabras las que hablen por mí -por redundante que suene- y no un número o un medallón al cerrar mi crítica.
Dicho sea de paso, no estoy criticando a nadie que decida usar un sistema de puntuación; cada uno verá cómo hace sus críticas, aunque sí que me molesta la cultura que se ha creado a su alrededor donde el juego prestige de turno se llena de nueves y dieces, como si a estas alturas esto significase algo, dado que siempre los reciben, mientras que si alguien tiene una opinión diferente y le da una nota inferior llega, incluso, a ser amenazado de muerte. Y ni me hagan hablar del pensamiento del que “los juegos de 7 son los mejores” porque están usando la vara errónea. Si son tus favoritos ponles un 10, José Luis, que qué importa que el juego tenga asperezas.
El problema de fondo
Le ponemos demasiado peso a las notas de los videojuegos. Tanto como prensa, como jugadores y como industria. No olvidemos el infame caso de Bethesda no otorgándole un bono a los desarrolladores de Obsidian por obtener un 84 en Metacritic con Fallout: New Vegas porque el mínimo que tenían que obtener para recibir el bono era de 85. O casos como Dark Souls uno recibiendo peor nota que Dark Souls II porque en ese tiempo la franquicia no tenía el mismo pedigree -que, en parte, hace que uno como crítico valore de forma diferente un juego, aunque sea de forma inconsciente- ni se tenía el mismo entendimiento de cómo funcionaba este nuevo sub-género del RPG de acción. En sí el hecho no importaría realmente porque, de nuevo, son sólo números que no significan nada ante una obra de arte, pero sí importan en la medida en la que nosotros le demos importancia y, aún a estas alturas de la partida, dicha importancia otorgada es demasiada.