Surfeando olas desconocidas
En la era de la información, en esta época donde el desarrollo nos hace llegar más lejos que nunca gracias a una continua evolución de la tecnología, parece que todo funciona correctamente, somos jóvenes y más o menos estamos al tanto de lo que ocurre alrededor de nuestros intereses, alimentando esas ganas innatas de estar atentos a todo lo que ocurre, pero no siempre podemos estar en la ola. A veces nos olvidamos que somos personas, y no máquinas de consumir contenido y noticias. Muchas veces temo que me siento así, invadiéndome un malestar por no pasar un rato más mirando Twitter por si se me escapa cualquier tema que sé que me puede interesar, pero que acaba convirtiéndome en una persona dependiente de estos contenidos, algo que, definitivamente, está mal. Tenemos que saber cuándo parar, cuándo decir basta y poder despegarnos tanto de nuestros hobbies como nuestras obligaciones (a raíz de los hobbies también), tomar un poco de distancia y respirar profundamente, aprovechar esos aires que se mueven continuamente y en ellos no vienen noticias ni información, solo tranquilidad, bajarnos de la ola, como es el caso de Stadia, quienes parce que de la mala manera están viéndose obligados a ir abandonando poco a poco su plataforma de juegos vía streaming.
No ha pasado tanto tiempo desde que Google sacó adelante esta propuesta donde el objetivo principal pasaba por desconectarse de maquinarias específicas para poder disfrutar de los videojuegos de forma más libre, a través, por ejemplo, del navegador de nuestro ordenador, o incluso de nuestro móvil, un avance que, sinceramente, no me pareció del todo descabellado, y quién sabe, si se hubiera llevado de una manera distinta podría haber dado resultados muy curiosos sobre cómo nos relacionamos con los videojuegos y sus entornos, pero tristemente esto parece que no pasará, por lo menos a través de Stadia. Tras el cierre de los estudios enfocados en la creación de juegos exclusivos para la plataforma y un abandono deliberado desde hace un par de meses, con pocos títulos nuevos añadidos, estaba claro que el camino estaba llegando a su fin, y el destino cada vez era más incierto, pues más allá de una posible remodelación del sistema, solo el olvido quedaba, siendo esta la decisión final.
Desde Business Insider han adelantado información sobre lo que está ocurriendo dentro de Stadia, y todo apunta a que el servicio de Google está haciendo grandes esfuerzos para venderse a empresas de terceros, como podrían ser Capcom o Bungie. Algunos de los servicios que podrían ofrecerse con dicha tecnología sería, por ejemplo, proporcionar demos de títulos venideros jugables a través de los propios navegadores, o incluso los ports en la nube que desde hace un tiempo están llegando a Nintendo Switch, siendo Control o Kingdom Hearts dos de los más reconocibles.
Todo apunta a que la decisión está tomada, tal vez durante los meses que vayan viniendo el catálogo crezca mínimamente, pero junto a todos los problemas mencionados anteriormente también le debemos de sumar la reducción del equipo que se encargaba de Stadia, una declaración de intenciones. Es cuestión de tiempo de que el servicio acabe definitivamente y cierre sus puertas, dejando lo más mínimo para proveer los servicios mencionados anteriormente. Hay muchas teorías sobre qué es lo que ha funcionado mal, qué pasó para llegar a esta situación, y aunque en realidad es un conjunto de causas, uno de los principales motivos, desde mi punto de vista personal, pasa por no haber sabido subirse a la ola. Xbox ha llegado casi de improvisto tras una generación de consolas a la baja, pero ha sabido hacerse un hueco gracias a algo que el resto de empresas no tenían muy en cuenta, los servicios, los cuales se cuentan tanto en cantidad como calidad, creando un ecosistema envidiable que ha puesto en el punto de mira a estas tecnologías que apenas se tenían en cuenta. Que Stadia no haya funcionado no es porque el público no sepa los beneficios que ofrece, como “pasó” con Ubisoft y sus NFTs, sino por obrar mal y no saber comunicar su producto, no saber surfear su ola para acabar cayendo estrepitosamente.