No la vida que escogemos, sino la que nos toca
Este texto contiene spoilers de Before Your Eyes. En el artículo se indica cuándo se debe de dejar de leer, si se pretende disfrutar de él sin renunciar a una experiencia de juego completa.
Despertamos en un bote en medio del mar. Frente a nosotros se encuentra un extraño lobo antropomórfico que nos menciona que no somos capaces de movernos, pero quiere saber si el habernos rescatado habrá valido la pena y que, para saberlo, necesita oír nuestra historia. Así comienza Before Your Eyes, una experiencia interactiva cuya mecánica principal usa nuestra cámara web para detectar cuando pestañeamos y lo usa para que tomemos decisiones, para comunicarnos y, más importante que todo, para avanzar a través de la historia de nuestra vida.
No tardaremos en darnos cuenta donde estamos; se vuelve aún más obvio cuando comenzamos a narrar nuestra historia. Empezamos en una playa, una mujer nos habla. La miramos, vemos que nos sonríe. Es nuestra madre. Su dulce voz nos guía a través de nuestros primeros años tanto en momentos clave de nuestro desarrollo como en situaciones banales del día a día. Pasamos rápidamente por nuestros primeros años, donde conocemos también a nuestro padre, nuestra mejor amiga y adquirimos nuestra primera afición; la música. Aprendemos a tocar el piano y nuestra madre emocionada nos apoya y guía por todo el camino. Más pronto que tarde tenemos nuestra gran audición en una prestigiosa escuela para jóvenes talentos y… la arruinamos. Tenemos miedo; sufrimos ansiedad de separarnos de nuestras amistades, de que la vida cambie y, por sobre todo, de que esta no sea nuestra verdadera pasión.
Estos son los primeros minutos de Before Your Eyes y de aquí en adelante seguiré detallando la historia que es definitivamente mejor experimentarla por uno mismo. Es, para mí al menos, un fuerte contendor a mejor juego del año y una de las experiencias más emotivas que he vivido en años así que les recomiendo encarecidamente dejar este artículo para una vez que lo hayan vivido en carne propia.
Pestañea y te lo perderás
Si de algo habría de quejarme durante estos primeros minutos de juego es que la mecánica de avanzar por las escenas a través del pestañeo hace que sea realmente difícil mantenerse por el tiempo suficiente en algunas de estas para poder entender todo el contexto de lo que está pasando. Muchas escenas son una línea de diálogo o un objeto que nos pone en contexto inmediato de qué nos está ocurriendo en el momento dado de nuestra vida, pero otros son voces en la lejanía, son escenas para tocar el piano, para jugar, para conversar. Son momentos en los que uno quiere permanecer allí y vivirlos apropiadamente, pero no es lo que hemos venido a hacer en Before Your Eyes. Todo esto ya lo hemos vivido y el tiempo pasado siempre pasa demasiado rápido, siempre faltará tiempo para estar, vivir un momento que ya se extinguió.
Y esa es precisamente la magia de Before Your Eyes. No solo usar el pestañeo como mecánica de juego es una gimmick simpática e innovadora, sino que no hace más que sumar a la experiencia. Nos causará dolor físico real el forzar la vista para no pestañear y vivir un segundo más de aquella agradable tarde frente al mar o de aquella noche que nuestros padres nos leyeron un cuento para ayudarnos a dormir. Y, cuando todo se vuelve más y más difícil según vamos creciendo, aquellos momentos que se apagaron cuando ya no pudimos sino pestañear duelen aún más. El juego no nos manipula obligándonos a hacer cosas que no queremos, el juego simplemente sigue avanzando, como la vida misma y no hay nada que podamos hacer para detenerla, solo valorar el hoy.
Claro que… hay una trampa. Tras rehusarnos a seguir con la música buscamos nuestra verdadera pasión, no sé si será igual para todos, creo que no, pero la mía fue la pintura. Me convertí en un pintor famoso que rehusó a venderse y me dediqué a hacer lo que yo quería de la vida. Claro que la fama y la fortuna vinieron con una esperable separación de mis padres y una pelea con mi madre que hizo que no habláramos en años, hasta que fue muy tarde y ella falleció de cáncer. Cuando mi padre me lo informó, pateé un lienzo, lanzándolo lejos y me abandoné a la suerte. Pasaron los meses y la herida comenzó a sanar lentamente hasta que un día, en una galería de arte, me encontré con mi amiga de infancia. Comenzamos a hablar.
Volvemos a ver al lobo. Hemos llegado a una especie de faro, nos dice la verdad, que tendremos que convencer a cierta entidad de que nuestra historia vale la pena si queremos ir al más allá y no ser otra alma perdida en el océano, como lo fuimos justo antes de que nos rescataran y considerando que fuimos un pintor famoso es probable que pasemos la prueba. Pero el lobo no es tonto y sabe que le ocultamos algo, así que le contamos la verdad.
Nunca llegamos a estudiar pintura, nunca nos hicimos famosos, nunca crecimos. A través del desarrollo de la historia nos dieron breves indicaciones de que hubo momentos que omitimos completamente. Comenzamos a revivirlos con mayor detalle, momentos duros de la vida que no queríamos volver a vivir. Pero el peor, sin duda, sería el último. Estuvimos un año enfermos, un detalle que incluso ahora escribiendo estas palabras traté de omitir. Y en realidad, nunca mejoramos. Nosotros fuimos los que padecimos cáncer, lo que nos tuvo postrados durante todo el año, con tanto dolor que apenas si éramos capaces de escribir en una vieja máquina para pasar el tiempo. Éramos visitados solo por nuestros padres pues le guardamos el secreto a todos los demás. El secreto de nuestra muerte. A nuestra mejor amiga sobre todo porque ella había perdido a su papá no hace más de un año y nos avergonzábamos de hacerla pasar por lo mismo de nuevo. Pero ella nos entendió al final y, cuando le mostramos el libro que escribimos en nuestro lecho, terminó llegando a manos de nuestra madre. Era un texto lleno de odio hacia nosotros mismos, por nuestra enfermedad, nuestro frágil cuerpo y la opresiva sensación de ser unos inútiles.
Los últimos minutos de la historia consisten en nuestra madre contándonos un cuento, uno que escribió ella misma. Una respuesta al odio que sentimos por nosotros mismos; una carta de amor. Y mientras nos desvanecemos por nuestra enfermedad, ni el dolor ni la rabia nos acompañan hacia el final, sino solo la agradable y cálida voz de nuestra madre. Hemos terminado la historia, el lobo no nos promete nada, pero hará lo mejor para traspasar nuestra historia al ente divino que se yergue ante nosotros y relata lo que le contamos. El resultado queda a nuestra imaginación, así como el cómo será el más allá. Solo sabemos que hemos vivido, hemos amado, hemos sufrido y al final toda nuestra vida pasó ante nuestros ojos.