Construyendo motivaciones a destiempo
La apatía no es algo que se escoja, no del modo en que la entendemos como padecimiento. Fácilmente podemos tildarla de elección, cuando más bien es una circunstancia. Atragantada, quizá, en un espacio privilegiado donde se nos permite abrazar (acomodarnos en) el nihilismo. Alguien ya arrojado a las peores circunstancias de la explotación laboral difícilmente se planteará si acaso su existencia le es insatisfactoria. Se trata de una prisión interna; la anhedonia la entendemos más fácilmente como la pérdida, ya sea concreta o generalizada, de la capacidad de sentir placer con las cosas que culturalmente consideramos lo suscitan. Más allá de que podamos entrar en una discusión mayor sobre cómo dichos eventos realmente son placenteros por sí mismos o si se trata más bien de un proyecto de vida sobre el que buscan encaminarnos, lo cierto es que experimentarla solo puede percibirse como un estar allí, con el corazón inquieto, un día a día carente de fascinaciones a la espera de encontrar algo con lo que contentarse.
Una adolescencia descrita desde la indiferencia, un cuerpo arrojado frente a la computadora, navegando interminables hilos de comentarios que no perdurarán más allá de la impresión inicial que te generan. Podcasts o archivos de audio con extensas horas de pláticas e información para seguir sumando a una mera sensación de progreso, de estar aprendiendo algo, acumular datos que quizá en algún momento podrán tener su uso. En paralelo, una máquina con la que jugar, el género de soporte por excelencia – los videojuegos de pelea. Cada minuto es una excusa para seguir reforzando tu memoria muscular, repitiendo hasta el infinito las mismas secuencias, tratando de aplicar tácticas y, una vez en el modo en línea casi que habiendo accedido a este sin siquiera proponértelo, una nueva batalla. Allí está, otro ser humano al que no puedes ver, que quizá se te grabe por su apodo digital, o quizá no, abriendo paso al evento estelar del día: la tensión aparece, cada golpe encamina el poder despertar esas emociones que durante el día ni se acechan. Ya sea una derrota o una victoria, lo importante se mantiene: por un segundo, has vuelto a vivir. Ya luego toca regresar a la cama.
No termino de saber si con el anterior párrafo me estoy describiendo a mí durante los últimos cinco años de mi adolescencia o a Kai, protagonista de Robotics;Notes, pero es precisamente esta ambigüedad la que me facilita expresar algunas cosas que me veo en la necesidad de decir sobre esta historia: una narrativa sobre obsesiones de juventud, de encontrar allí un único espacio de satisfacción en una vida diaria que, a ojos del mundo, no existe sino para ser tildada desde el patetismo.
El juego en cuestión es la tercera entrega de la cada vez más conocida franquicia de novelas visuales Science Adventure, normalmente referida como SciADV, cuyo exponente más reconocido es Steins;Gate, uno de los animes más populares de la década pasada. Como su nombre indica, se tratan de historias que buscan explorar la ciencia ficción desde una perspectiva más desenfrenada, aventuras como tal, tomando preocupaciones típicas en referente a la tecnología pero ligándolas fuertemente con diversos elementos de la cultura otaku, ya sea a través de las desrealizaciones que muchos de sus participantes suelen experimentar, las problemáticas en la era de la información y cuál es la línea que realmente separa la realidad de la ficción (Chaos;Head, Chaos;Child), los viajes en el tiempo, las identidades y personalidades ficticias que construimos para relacionarnos en nuestros clubes de amigos que el resto de la gente solo parece percibir como inadaptados, así como hasta qué punto realmente se distinguen de quiénes somos realmente (Steins;Gate, Steins;Gate 0) o, en este caso en concreto, la fuerte fascinación que existe en la cultura del mecha, los anhelos adolescentes cayéndose abajo dadas las expectativas que la cultura sitúa sobre nuestro futuro y, la premisa misma del título, la posibilidad de crear un robot gigante en el mundo real.
Robotics;Notes fue originalmente lanzado en 2012, recibiendo una secuela en 2019, pero no sería hasta octubre de este mismo 2020 que finalmente vería la luz en occidente. Tuvo una adaptación al anime en el mismo 2012, una con la que me encontraba bastante familiarizada, al grado de que durante mucho tiempo esperé ansiosa la publicación del título en un idioma que me fuera más próximo. Aquello no sucedió, la cantidad de tiempo transcurrido debilitó enormemente mi interés por el producto, y casi como un acto reflejo apenas vi que se acercaba su fecha de estreno, decidí comprarlo únicamente para tratar de despertar algunas emociones perdidas. Para este punto, ya hasta me había olvidado de cuál era el conflicto central de su protagonista, por lo que la ilusión recién encontraría un punto sobre el cual sostenerse con las palabras que ponen esta historia en marcha: esta historia existe únicamente para satisfacer mis impulsos.
En los confines del club de robótica, un fracaso dentro de los límites de su escuela, un grupo de alumnas luchan para poder seguir justificando su vigencia, siendo su proyecto la fabricación de un super robot en el mundo real. Ya en las primeras horas observamos un curioso intercambio entre dos de nuestros personajes principales, debatiendo precisamente sobre cuál de los dos estilos de diseño más habituales del mecha es mejor: si el super robot, más centrado en la exaltación de lo sobrenatural, casi mágico y rayando un poco en lo caricaturesco dado su diseño, o el real robot, buscando ofrecer una visión más o menos realista para las aspiraciones de la tecnología que podríamos llegar a ver en un futuro. Ya no solo con lo ridículo de estar leyendo una historia situada en un, en ese entonces, hipotético futuro que sería 2019, donde la adoración por el mecha habría calado tan fuerte en la cultura popular que terminaría moldeando gran parte del entendimiento de la ciencia en cuanto a cómo seguir desarrollando tecnología, sino por la propia extravagancia de los temas en que Robotics;Notes quiere meterse, como lo serían las leyendas urbanas y las conspiraciones, rápidamente apropiándose de una identidad muy marcada y muy japonesa desde donde desarrollará su discurso.
Cada uno de los personajes en ese garaje es un entusiasta. Son adolescentes viviendo al límite su juventud, afrontando conflictos familiares en que se ven obligados a esconder sus aficiones, pero sin nunca perder el horizonte sobre cómo anhelan que sus pasiones dirijan su destino. Aki, la mejor amiga de nuestra protagonista, encarna el arquetipo de chica energética y presidenta del grupo, todo para llevar a cabo su cometido: crear este robot gigante que cargará con los sueños de toda una región. El resto del elenco no se queda atrás, todos contribuyendo, a su modo, a que dicho aspiración pueda concretarse. Y luego está Kai, apartado, en una esquina, desinteresado por completo de una iniciativa que no le llama la atención, que es incapaz de generárselo. A cada instancia que puede, toca abrir el dispositivo móvil, sale mejor juguetear con la cámara futurista o con esa aplicación que con tanto ahínco, aún en sus simplificaciones, busca traer las sensaciones propias de otro combate más en un juego de lucha: Kill-Ballad.
Su narrativa es estar rodeado de la gente que quieres poco a poco encaminando sus vidas, ejerciendo esa energía que quisieras replicar, pero que simple y sencillamente no recorre por tu cuerpo. Son sonrisas desinteresadas y más próximas al respeto que a cualquier clase de apego genuino. La sentencia vuelve a retomarse: la apatía no es algo que se escoja. Todo personaje en esta historia es o activamente partícipe de una obsesión que lo define, siendo aquello que les permite afrontar una realidad tan pesada que bajo cualquier otro contexto te inhibiría, o se encuentra en una etapa muy avanzada de la vida, con la experiencia de oficina habiéndoles hecho añicos tales aspiraciones y habiéndose adiestrado en la burocracia cotidiana.
La narrativa de Robotics;Notes se puede describir más apropiadamente como un choque continuo contra una pared, que no siendo un golpe doloroso, es uno que suscita indiferencia.
Hay una honestidad que solo parece existir en las relaciones adolescentes. Esa búsqueda por lo personal, tan pauteada por la necesidad de definir una identidad distintiva, normalmente convive con el conflicto y la capacidad de dañar a las demás, pero también con un cariño que nace enteramente desde lo afectivo, con demostraciones de afecto tan asentadas que sí o sí acaban por dejar una impresión. El mundo adulto nos acostumbra a tristemente poner en práctica el ensayo de entablar una comunicación que es meramente performativa, lo importante siendo cuánto te adecuas al arquetipo de persona ejemplar. Con lo sencillo que es tildar a Kai – o tildarme a mí – de haber caído en un mero escapismo juvenil, aquello falla en vislumbrar la parte verdaderamente importante: ¿estoy estamos mejor ahora, habiéndonos ya habituado al ritmo estrambótico y desesperante de un sistema que nos percibe exclusivamente desde la distancia?
Sigue existiendo una serie de dificultades o imposibilidades de muchísima gente para adecuarse a la ingeniera social contemporánea, en un cúmulo de decisiones y posibilidades que la vida diaria parece querer proveernos, pero que han fallado por completo a la hora de ilusionar a nadie. Cualquier sueño de juventud se nos antoja más emocionante. Aquí una cosa parece ser cierta: no es el latido del corazón lo que se haya defectuoso, sino la traducción de esas sensaciones bombeando directamente a la cabeza. Es existir en paralelo de quienes todavía pueden encaminar un rumbo propio, de quienes sienten al mismo tiempo que recorren un nuevo territorio. Es ver partir continuamente al resto, pero sin poder tú emprender un viaje propio.
La ciencia ficción de Robotics;Notes se encuentra en un punto donde ya todos cargamos con registros, pequeñas placas que únicamente pueden ser vistas a través de una aplicación móvil, con datos elementales de quiénes somos, qué nos gusta y qué nos caracteriza. Nos entendemos a través de nuestras descripciones en tanto a perfiles. Y aún con todo, el juego no parece acabar de entender si con ello está realizando una sentencia, o es un mero adorno para ser distintivo. El cyberpunk, una vez más, olvidándose del punk. Dicho así, esta realidad no es más que una versión ya masticada de la que ahora mismo estamos saboreando, donde nuestra exposición e impresiones sobre el resto pasan enteramente por los tuits que deciden compartir, por la información que selectivamente nos están brindando. Una capa de virtualidad que sirve como filtro pasando por sobre lo material, más aun considerando que el mundo, ya en pleno siglo veinte, jamás ha puesto tanto de su parte para que nos interesemos por este, y sin embargo sigue fracasando estrepitosamente en conseguirlo. Habitamos en la indiferencia como resultado de un exceso de información insatisfactoria.
La palabra escapismo supone, de forma prácticamente maliciosa, que el estado natural de las cosas es asimilarnos a la rutina. Un modo de designar a quien ha decidido, ya sea por verdadera elección o incapacidad de conectar, alejarse activamente de aquello con lo que considera no puede o no quiere formar parte. Y sin embargo, ¿no es toda ficción, a su manera, un proyecto escapista? Este universo (su universo, también nuestro universo) es uno en exceso estetizado, ya no solo por marcas, sino ahora también por personajes. Robotics;Notes, muchísimo más que el resto de entregas de SciADV, se cuece a fuego lento, nos involucra de lleno en una rutina agotadora donde los pequeños pasos son la ilusión de nuestros compañeros, estar a su lado como excusa de tener algo que hacer, pero no algo que disfrutemos por cuenta propia. Prefiere rehuirle al thriller y la paranoia que tanto caracterizaron a Steins;Gate para situarnos en un espacio donde problemas tan banales, al menos en un principio, pueden tener cabida. Esconderle a tu padre que sigues, al menos a sus ojos, jugando con esos robots que prometiste desecharías hace ya varios años es una aflicción real.
Como con Kai, toda la cultura alrededor del mecha nunca ha sido algo que me interese especialmente. La trivialización de la misma, incluso, consiguió que la noticia de que finalmente consiguieron poner en marcha uno fuese poco más que anecdótica. Toda mi vida he estado rodeada de gente que ha sido muy entusiasta de Gundam, pero dichas sensibilidades jamás terminaron de conectar. Lo nuestro era una pasión contenida que aparecía, solo a veces, en la culminación de una batalla en línea. Nos rodeamos de gente cuyas obsesiones combaten un tedio, nos dan esperanza de que quizá algún día podremos descubrir aquello que haga la diferencia. Lo que es indecible, lo que no se puede comunicar, es también lo que más te atormenta por las noches.
De este modo, las integrantes del club de robótica están inscritas en una suerte de metaficcionalidad donde el juego busca convencernos de que su universo es plausible, pero sobre todo, que son iguales que nosotras – se emocionan, viven, ilusionan y disfrazan de los personajes que adoran. Quizá con más ingenuidad de la que debería, nos aterriza de lleno en una adolescencia que a muchas nos hubiese gustado vivenciar. Lo que se redacta, entonces, es la alegría y los pesares contenidos de una vida que no se pudo llevar a cabo, que seguramente no tenía forma de sucedernos, he aquí el triunfo generalizado de esta clase de historias.
Si algo se permite la anhedonia es arrancarte del disfrute, pero no por ello anular el sentir. El corazón se sigue apretando, el no sentir se convierte en su propia congoja, una sustancia quizá más cerebral, pero igualmente desoladora.
Eventualmente toda historia se fricciona, existimos siempre a la espera de que un nuevo conflicto supongo el punto de rotura. La estructura más serena se ve truncada por la aparición de unos registros desperdigados a lo largo de todo el mapa, al parecer de un hombre que falleció hace ya diez años que advertía de un suceso de enorme escala que, dado el avance tecnológico, acabaría por sumirnos en el más profundo caos. La contradicción latente entre no ser más que una conspiración muy bien trabajada o la pequeña idea ya instalada en su cabeza de que podría acabar siendo real se convierte en la motivación de Kai para tener una segunda actividad que colme sus ansias. La curiosidad, muy a menudo, es la distracción perfecta.
Sin embargo, el nombre de la franquicia acaba por salir a relucir. Esto se trata, después de todo, de una aventura, y pronto las cosas comenzarán a tomar un giro macabro. Si bien estos elementos más propios de un thriller nunca fueron los fundamentales, sirven un propósito bastante claro que, al igual que su protagonista, como espectadora tardaría bastante en poder encontrarles sentido. Otra vez dándote contra la pared, en esta ocasión sí manifestando una emoción clara (terror), se revela cuál es la verdadera tragedia aquí: la desincronización. Un estado de impotencia sobrecogedora que supone la realización de que en el momento que consigas que las cosas finalmente te importen, quizá ya será demasiado tarde.
¿Cómo describimos la experiencia de vivirla? Las preguntas a tono de la anhedonia no parecen arrojar una reflexión clara, descripciones valiosas de sus condiciones y circunstancias pero con dificultades para precisar que el individuo razona a propósito de su padecer. Yo, en lo limitado que es aproximar algo de tal nivel a poco más que la magnitud acotada a un momento agónico de mis recuerdos de juventud, no puedo sino percibirla como una desincronización entre el ritmo de la vida y el ritmo vital de quien la sufre. La parte del dolor, en omisión de todo lo referido al placer, es un miedo que solo parece existir en la proyección a futuro: que cuando finalmente te veas entre los brazos de esa persona, o volviéndote profesional de algo en lo que algún día te verás conquistando, seguramente ya todo ello se haya largado. No hace falta una muerte física, tampoco un fracaso, sino cualquier alejamiento al que dos personas que establezcan cualquier tipo de relación en algún momento tendrán que afrontar, o la realización de que un triunfo ha vuelto a convertirse en otra más de tantas anécdotas apiladas que alguna vez previste podría fomentar el cambio, otro más de tantos quizá sí esto consiga marcar la diferencia.
La obsesión con la rigurosidad y lo metódico de una propuesta coherente comienza a chirriar a medida que más y más de estas dudas afloran. El mundo de Robotics;Notes, de golpe, se observa desordenado, incierto, desprendido totalmente de esa ficción calmada y verosímil que hasta ese punto había buscado retratar con tanto mimo. Más preguntas, esta vez de una necesidad crítica por fagocitar la obra, aparecen: ¿por qué querrías destrozar así tu credibilidad? ¿Meras ganas de impactar al lector? La naturalidad del entorno sustituyéndose de golpe por algo más propio de una historia de acción. Lo cierto es que, sin siquiera percatarnos, el universo entero ha acabado de volcar las sensaciones que hasta ese punto le pertenecían al club de robótica (un trabajo ordenado del día a día, la lucha contra los impedimentos de la rigurosidad sistemática, aunque con una dirección clara) por la mirada de Kai. Un contexto que puede parecernos ridículo, pero que también es el único escenario en donde quien se percibe como don nadie puede convertirse en héroe.
Es allí cuando el proyecto que dio origen a esta ficción termina de armarse: construir un super robot. Lo fundamental aquí es la decisión, prácticamente consciente, de que el real robot no tiene lugar en esta historia. En realidad, Robotics;Notes jamás pretendió ser un escenario realista, sino situarnos en la cotidianidad de un grupo de personas que disfrutan de esta clase de ficción, para que luego, finalmente, descubran que ellas también puedan vivirla. Ante la sentencia de una idea tan juguetona, rayando en lo infantil, se desdibujan los límites de lo aparentemente cuerdo para abrazar aquello que realmente sostiene estas historias. Todo un escenario, dentro del teatro que es la presentación artística misma, nos confronta a la parte más candente de esta juventud contenida que solo en las obsesiones, llamémoslas mejor fanatismos sanos, termina de hacer sentido tanto para sí misma como para la lectora.
La ficción de Robotics;Notes es una de personas ya en la adultez, quienes escriben videojuegos, narrando aquellas vidas que jamás pudieron tener. Tal y como muchas historias que buscan salirse de lo formal, rehuirle al aparato de la vida convencional. Mucho de lo que se percibe como escapista es, en realidad, un deseo muy fuerte por insertarse en un mundo mejor. No hay tanto una falta de gente talentosa como una ausencia de espacios que les permitan explorar (expresar) sus fortalezas. Quizá, incluso, escribir textos sobre vidas que no pudieron ser, conectar con lo que parecía perdido. Revivir una misma historia con años de diferencia, y encontrarte donde antes solo veías poco más que un vidrio empañado. La simpatía de finalmente conectar con tu apatía.
Lo peor de muchas historias vitalistas es que quizá nos adiestren en una moral arbitraria que atiende a una responsabilidad individual que muchas veces no existe como tal. Estás encargada de tu destino, dicen. Lo mejor, es que cuando resultan, seguramente nos inspiren a armar algo mejor.
Ellas decidieron construir un robot gigante. Nos toca armar algo todavía más grande.