La aguja envenenada en el pajar
Este texto contiene spoilers de Shadow of the Colossus
Quince años después, seguimos afirmando que Shadow of the Colossus es una historia de amor. Se han escrito centenares de textos, realizado tesis y análisis, y muchos siguen catalogando la “pareja” que forman Wander y Mono como una de las más puras del medio. Ella, que yace inerte el 99% de la obra, desconoce cualquier acto que Wander haya podido realizar, no es capaz de imaginar la odisea que el protagonista de esta fábula ha recorrido para devolverla a la vida. Y él, engañado por Dormin, un ente tan grande como malvado, jamás podrá relatarle el duro viaje que ha supuesto esta resurrección. Esta idea romántica forjada por una evidente unión afectiva, si bien no se especifica de qué tipo, ha hecho creer equívocamente que Shadow of the Colossus versa sobre la clásica historia de amor donde “el héroe salva a la princesa y viven felices para siempre”, cuando la obra de Ueda está formada, en esencia, por el egoísmo y el dolor que forman al ser humano.
Nómada entre supervivientes
Shadow of the Colossus da comienzo con Wander a lomos de Agro adentrándose en la Tierra Prohibida. Lleva consigo a Mono, una joven que ha dejado de existir y de quién únicamente conserva el cuerpo, teniendo como objetivo principal en este paraje inhóspito y desolador toparse con Dormin, un malvado demonio que cumplirá los deseos de aquellos que le ayuden. Esta pequeña descripción ya te ayuda a comprender qué clase de obra tienes frente a ti. El segundo título de Fumito Ueda, quién ya trastocó los cimientos de la industria con Ico, nos sumerge de lleno en un enorme territorio que, pese a estar lleno de vida, grita en forma de dolor con cada silencio. En la Tierra Prohibida nos toparemos con dieciséis colosos, cada uno de ellos con un fragmento del alma de Dormin en su interior. Este, para ayudar a Wander, le encomienda una misión tan sencilla como peligrosa: dar caza a cada uno de estos seres gigantescos. Y el protagonista de este cuento, lejos de doblegarse ante tamaño desafío, arma de valor su fragilidad y confronta a unos colosos que no llegan a comprender qué está pasando.
En este título, Ueda no explora el amor ni la idea romántica que supone dar todo por alguien, como muchos han llegado a pensar tras quedarse en una lectura superficial de la trama. El nipón, que ni siquiera aclara el tipo de relación que tienen Wander y Mono, coloca a esta como una mera figurante de una historia (y un motivo) mucho mayor que ella. Ueda saca a relucir el egoísmo como motor de las acciones, dejando entrever en una capa subcutánea de la narrativa cómo cada uno de los personajes racionales de esta fábula dejan a un lado la cordura y comienza a guiarse por los instintos primarios de sentimientos y emociones negativas. Dormin engaña a Wander, lo utiliza para ser libre, y este firma con sangre un destino que nadie querría vivir. Lejos de lo que pudiera parecer, este es frágil en sus movimientos y acciones, tal y cómo describe José Altozano (DayoScript) en su vídeo «ICO + Shadow of the Colossus [Análisis] – Post Script». No duda ni teme, enfrenta cada reto que la vida pone en su camino, pero tropieza con cada paso y se ve diminuto al lado de seres tan gigantescos. Y ahí, por increíble que parezca, es cuando sacar a relucir su verdadera cara.
Desconocemos cualquier tipo de dato relacionado con su origen o relación con Mono. Pero esta, lejos de ser idílica, es tan enfermiza como lo es el comportamiento de Wander. Con la única pretensión de devolver a la vida a su (vamos a entrecomillarlo) “amada”, nuestro protagonista empieza a terminar de forma con cruel con seres pacíficos e indefensos. Sí, es cierto que estos nos atacan cuando vamos a por ellos, pero no hay que olvidar que somos nosotros quiénes ejercemos como jueces de su destino. Con cada muerte, Wander recibe la esencia de Dormin dentro de sí, como si de un receptáculo se tratase. Su piel se torna grisácea, sus acciones injustificadas, y con cada paso andado solo agravamos un silencio que esconde lágrimas y dolor. Es poético pensar que el muchacho está perdiendo todo por salvar a Mono, pero es triste darse cuenta de cómo el egoísmo, tanto de Dormin como del propio Wander, está ganando la partida. No hay luz en Shadow of the Colossus, por mucho que la espada se empeñe en iluminar con una pequeña ráfaga nuestro camino. No existen blancos, es un mundo de grises y, por encima de todo, negros.
Fábula sin moraleja
Cuesta deducir el momento exacto en que dejamos de pensar en Mono para, únicamente, dar caza a seres indefensos. La obra de Fumito Ueda da comienzo con un motivo, una razón de ser, ese trato maldito que cambiará vida por muerte. Cegados por la magnificencia de los colosos, vamos acabando con cada uno mientras resolvemos el enigmático puzle que supondrá cada enfrentamiento, olvidando en algún momento del camino que estos nunca han querido dañarnos. Y empezamos a disfrutar con cada muerte. Los escalamos, rodeamos, disparamos a sus partes débiles y buscamos cómo terminar con ellos, sintiendo gozo con cada milímetro de nuestra espada que se clava dentro de ellos. ¿Lo hacemos por amor o por regocijo? No queda claro, porque con cada enfrentamiento terminado ya tenemos nuestra mira puesta en el siguiente.
En los compases finales del juego, cuando Agro cae tras un mal salto, juramos destruir a ese último coloso que ha provocado esto. Nuestra fiel yegua, que nos ha acompañado durante toda la aventura, se pierde en una caída infinita que observamos impasibles. No hay tiempo para el duelo, ni siquiera recordamos ya los motivos de Wander, llegados a este punto solo queremos venganza. Shadow of the Colossus saca lo peor de la esencia humana, de esos instintos primarios que muchas veces reprimimos. No hay amor en esta tierra silenciosa, ni siquiera afecto, solo egoísmo y maldad, dos factores que actúan como los motores de una historia que esconde mucho más de lo que grita. El vasto mundo vacío del título es uno de los protagonistas principales, el eje constante y, a su vez, juez y verdugo del destino de cada personaje. Sus silencios no son incómodos sino premeditados, se acentúan cuándo deben y desaparecen solo si es necesario.
Al final del juego, cuando somos consumidos por Dormin, Ueda realiza un símil con Wander y el propio jugador. A los mandos del título hemos abandonado todo atisbo de amor o empatía, dejando sitio únicamente a la satisfacción que supone arrebatar el último aliento de cada coloso. Dijo Israel Fernández en un artículo de Xataka que en Shadow of the Colossus «no hay amor, solo egoísmo», y no podrían haberse elegido cinco palabras más acertadas para resumir la obra de Ueda. Los silencios de este juego esconden lamentos, promesas incumplidas, dolor y fragilidad, y nuestro objetivo como jugador es aumentar este aura fúnebre que intenta desaparecer. Shadow of the Colossus tiene un final feliz, Mono vuelve a la vida, Agro regresa por su propio pie y el protagonista renace como un niño maldito (¡hola Ico!), ¿pero merece la pena pagar un precio tan alto? Ya no queda nada de lo que antaño hubo, ni siquiera los recuerdos de una historia que nadie podrá contar, solo cuerpos gigantescos inertes y abandonados. Por eso Wander, quién un día caminó entre gigantes, se convirtió en la aguja envenenada del pajar, un hilo tan pequeño y frágil que nadie entenderá (ni sabrá) jamás cómo dejo sin vida a una tierra ya muerta.