La interacción exige comprensión
Para sorpresa de nadie, otra semana más, tenemos nueva polémica en torno al videojuego. Y, de nuevo, los videojuegos violentos quedan estigmatizados como causa directa de la psicosis e ideas que llevan a alguien a cometer crímenes. El debate, bastante manido ya, podría ser razonable cuando se contextualiza y se argumenta adecuadamente, pero se torna risible cuando los principales defensores de esta tesis, no tienen nada en contra de las principales herramientas que permiten estos sucesos.
La industria se enfrenta continuamente a una imagen negativa de sí misma, que cala en el público general de la forma más simplista posible, reduciéndola a una mera diversión o entretenimiento que queda muy lejos de casi cualquier obra literaria y/o cinematográfica. Hace poco mantuve una conversación en la que mi interlocutor sostenía que preferiría que su hipotético hijo pasara tres horas leyendo cualquier cosa, antes que jugando a videojuegos. Este tipo de situaciones siempre me producen un sentimiento de frustración porque “cualquier cosa” posiciona en mejor condición a la narrativa más frívola, simplista y ponzoñosa, frente a títulos jugables con profundidad filosófica, de los que ya hablé hace unas semanas. No se trata de prohibir jugar y obligar a leer, sino fomentar ambos, responsabilizándonos como progenitores y educadores, de lo que nuestro hijo consume. Quizás, como sostenía en ese artículo, fomentar la transmisión de ensayos reflexivos sobre el medio videolúdico ayude a que el público menos inmiscuido tenga otra percepción.
Pero hoy vengo a hablar de una cualidad que, bajo mi criterio, eleva (más aún) al videojuego. Ante todo, quiero dejar claro que con estas líneas no pretendo en absoluto dejar de lado a la industria del doblaje. Más bien todo lo contrario: quiero remarcar la potencia que ofrece un medio como el videojuego para la soltura a la hora de aprender o reforzar otros idiomas (incluido el nuestro, para los no hispanohablantes). Su utilidad, además, es de importancia vital para hacer de un producto cultural accesible, sin que pierda su esencia (aunque en ocasiones nos encontremos con resultados descuidados). Es por ello que no voy a entrar en si es mejor la versión original o la doblada/traducida, cada cual con sus intereses, mientras yo seguiré consumiendo productos en ambas variantes.
Desde que era pequeño he jugado a videojuegos, lo que me permite afirmar que una infinidad de títulos han pasado por mis manos y no, no todos los he jugado en castellano, mi lengua materna. Y eso ha tenido sus desventajas y sus aportes positivos. Hace años, costaba más que los títulos atravesaran la barrera oriente-occidente y muchos nos quedáramos sin poder disfrutar de títulos que salían en Japón. A día de hoy, la cuestión es más simple, por el despunte del producto digital que, innegablemente, facilita la distribución a escala mundial. Con internet tenemos un contacto más directo con otras culturas, que se alejan sobremanera de nuestra perspectiva occidental. Es curioso cómo la forma de entender las cosas desde un punto de vista anglosajón o, por ejemplo, japonés, no nos es tan raro a día de hoy. Ya seamos grandes consumidores de series, animes, o simplemente socializando a través de redes, vamos haciéndonos a la idea de cómo se percibe la vida en otros lugares del mundo, algo siempre positivo, pues fomenta la empatía con otras formas de pensar.
La principal ventaja del medio ha sido siempre la absoluta capacidad de interacción con el usuario.
Pero, ¿en qué ha derivado esa barrera de la distribución? La única traba actualmente es de carácter idiomático. No todo el mundo entiende inglés o, en su defecto, la obra en la que se conciba un videojuego. Para ello recurrimos al doblaje, o bien a la traducción de textos, pero ambos cuestan dinero. Cualquier desarrollador quiere que su obra llegue al mayor número de personas posibles, pero esto supone pagar a uno o varios equipos que preparen el producto para comercializarlo en todo el mundo, adaptándolo a cada uno de los idiomas elegidos. Si somos una empresa desarrolladora de triples A, podremos permitírnoslo sin perder demasiados beneficios. Pero para un estudio indie esto supone una enorme reducción del presupuesto. Conforme la industria del videojuego ha desarrollado una vertiente independiente (que crece de forma exponencial) en la que pequeños estudios apuestan por ideas originales, tenemos una nueva dicotomía: es más sencillo traducir que antaño, pero también es más sencillo distribuir sin necesidad de esa traducción.
Mencionaba antes las ventajas y dificultades que me han supuesto los títulos que he jugado en otros idiomas. Me refiero, en líneas generales, al inglés (para audio y texto), pero también a otros idiomas que elijamos, por ambientación o porque simplemente tenemos la posibilidad de escogerlos. Se trata de una situación difícilmente disfrutable si no estamos abiertos a “trabajar” un poco mentalmente. Aunque tengamos conocimientos básicos de inglés, siempre nos costará seguir el hilo de una película si no estamos atentos a la misma. Pero ¿qué aporta entonces el videojuego? La principal ventaja del medio ha sido siempre la absoluta capacidad de interacción con el usuario. En este caso no somos un mero espectador o lector, sino que formamos parte de la historia. Y esto es difícilmente realizable cuando no entendemos nada.
En parte, entender lo que nos piden, es una exigencia más si no estamos versados en la lengua correspondiente. Creo que esto convierte al videojuego en una excelente herramienta para obligarnos a nosotros mismos a esforzarnos con un idioma. Un ejemplo podría ser la saga Shadowrun, que no se encuentra al completo en castellano, o Divinity Original Sin, que dependía de traducciones fan al principio. Como ya he comentado, no es una tarea liviana si no estamos en condiciones o simplemente no nos apetece. La profundidad del lenguaje que se maneja en un título como Divinity Original Sin puede acarrear muchas dificultades para seguir adelante si no comprendemos exactamente qué nos piden. Otros, como VA-11 Hall-A: Cyberpunk Bartender Action, están basado completamente en conversaciones, lo que demanda atención por nuestra parte, aun siendo aventuras pausadas. Los juegos de Rockstar tienen un cuidado ejemplar a la hora de construir personajes en los que la voz, la expresión y el acento tienen tanto que decir, algo que también pude apreciar en la saga de The Witcher.
Si bien es cierto que jugar en idiomas que no controlamos del todo reclama una experiencia más trabajosa, planteado como un reto, supone un ejercicio más que efectivo para mejorar la comprensión y la soltura, pudiendo elegir siempre la versión traducida si queremos disfrutarlo de otra manera. Lo ideal, como siempre, pasa por ofrecer el mayor número de opciones posible.