El lanzamiento portátil, cita imprescindible para (re)descubrir uno de los mejores juegos de 2016
Hasta hace un par de años, yo era uno de esos ermitaños conservaduristas que dedicaban su vida a la protección y cuidado del formato físico; uno de esos detractores de lo digital de los que escasean hoy en día, pero que hasta hace unos cuantos meses no dejaron de llenar los foros de la web con todo tipo de comentarios y críticas ante cualquier producto que buscase renegar de los estandarizados Blu-rays, o que, de una manera u otra, tratase de reinventar nuestra forma de jugar. Si hubo un juego que me hizo cambiar de parecer – o, al menos, tuvo el suficiente valor como para obligarme a pasar por el aro de lo intangible -, ese fue Firewatch, y es que la bellísima obra narrativa de Campo Santo me hizo querer disfrutar de su historia desde el día uno, sin importar el cuánto, el dónde o el cómo. Y quizás esos fuesen los 20 euros mejor invertidos de mi vida.
El lanzamiento de la aventura en la consola híbrida de Nintendo, producido con tino el pasado 17 de diciembre, se ha antojado, a mis ojos, como una oportunidad de oro para volver a hablar de uno de los mejores juegos que nos dejó el pasado 2016, lo cual es todo un logro teniendo en cuenta el estreno concomitante de Overwatch, Uncharted 4: El Desenlace del Ladrón, Doom, Dishonored 2 o That Dragon, Cancer, siendo este último el único de la lista que puede ser mínimamente comparado con la experiencia de los creadores de In the Valley of Gods. Porque lo que hizo de Firewatch una aventura realmente única, memorable y – en gran parte – necesaria no fue un pulido gunplay, ni un equilibrado plantel de personajes, ni una campaña indebidamente extensa, ocultándose su grandeza en los pequeños detalles que conviertieron la vida de un guardabosques en un relato tremendamente humano y sincero.
Sean Vanaman y Jake Rodkin, ambos exmiembros de Telltale y responsables de la tremenda primera temporada de The Walking Dead, consiguieron trasladarnos meses atrás a un Bosque Nacional Shoshone en que los toques subtextuales robaban todo el protagonismo a una narrativa única, que ya de por sí hacía todo lo posible para mantener nuestra atención pese a los múltiples errores que cometía de manera reiterada y, en parte, intencional – como lo abrupto de ciertas escenas, o lo atropellado de su final -. Porque Firewatch fue, es y será una entrega de nicho, no apta para todos los públicos, que parece buscar con afán esa irregularidad y que se siente cómoda en los momentos más íntimos, personales y reflexivos, sin mostrar signo alguno de pedantería o temeridad. Pero es precisamente eso lo que la acerca, sin aparente miedo, a la excelencia.
Recuerdo que, poco después del estreno oficial en PS4, hablé largo y tendido del mismo con Lorenzo Domingo, un compañero al que le guardo muchísimo aprecio, que, casualmente, también suele dejarse caer de vez en cuando por la web. Pese a su inconmensurable amor por la gran pantalla, y pese a que inicialmente parecía estar tan ilusionado como yo por la apuesta narrativa de Campo Santo, Loren no lo sintió igual. Me recuerdo con cierto excepticismo, leyendo los mensajes que paulatinamente iban llegando a la pantalla de mi teléfono móvil, optando la mayoría de ellos por resaltar lo sobrevalorado (tanto a nivel de crítica como de público) de su acabado final; casi proporcional a la valentía del estudio desarrollador. Me costó mucho poder comprender a Loren, pero pronto descubrí que, en la amplia mayoría de los casos, buscar sobresalir en este y cualquier medio con nuevas ideas y conceptos conlleva un enorme factor de riesgo que se encuentra implícito en la propia fórmula.
Tal y como ocurre con el cine más experimental, o con el metal más satánico, Firewatch solo puede ser apreciado, vivido y comprendido por unos pocos afortunados. Quizás, al acabarlo, esas seis horas os hayan parecido una total pérdida de tiempo, pero también cabe la posibilidad de que hayan sido las mejores seis horas que hayáis echado frente a vuestro televisor en lo que va de año, que no es poco. Solo hay una forma de descubrirlo.