Plataformas y espadazos al estilo PS2
El verano suele ser el momento perfecto para echar la vista atrás y arrasar con esas interminables listas de pendientes, ya sean videojuegos, cine o libros que se acumulan en la estantería mientras seguimos adquiriendo nuevos ejemplares. Por mi parte, jugar a títulos de mi infancia y recordar clásicos se ha convertido en una de mis pasiones, en muchos casos frustrada por la imposibilidad de acceso a ciertas consolas y videojuegos que están completamente descatalogados (y cuyas empresas suelen apostar más por dejar en el olvido en lugar de generar una retrocompatibilidad efectiva). Tenemos la “suerte” de que, al menos, recibimos algún que otro port de juegos retro, como el recién anunciado Tombi! para plataformas modernas, un juego que estaba ya pidiendo a gritos un tributo en HyperHype pero que acabará recibiendo una crítica con su nuevo lanzamiento.
En su momento hablamos también de la volatilización del “doble A” en los desarrollos de estudios grandes y medianos. En general, el mercado de lanzamientos está saturadísimo de indies que compiten entre sí, intentando destacar con ideas originales y, por desgracia, quedándose muchos en el camino. Por otro lado, la sección con elevado presupuesto centra sus esfuerzos en desarrollos mastodónticos que, sumado al aumento de costes de producción, implica juegos previstos a más de un lustro como fecha mínima. Esto implica, si nos paramos a pensarlo, que ciertos estudios sacan, con suerte, dos juegos por generación de consolas, aunque el segundo suele acabar siendo intergeneracional de la siguiente, además de requerir relleno dentro de los títulos para aprovechar todos los recursos invertidos. Si a esto le sumamos que muchos provienen de IPs ya conocidas, nos queda un panorama algo complicado de gestionar, aunque no podemos decir que salgan malos juegos, todo sea dicho. Pero la cuestión es que apostar por cierta mesura en el desarrollo y por videojuegos algo más comedidos no sería en absoluto una mala idea, además de ser desafíos menos arriesgados.
Pero bueno, aquí hemos venido a realizar un tributo a uno de los tantos juegos que muchos disfrutamos allá por 2003 y que se convirtió en un bonito recuerdo de tardes enteras con una flamante PS2. Hablo de, como reza el título: I-Ninja, uno de los últimos proyectos de Argonaut, empresa que ya había traído obras míticas como Croc y Croc 2, así como la versión de PS1 de Harry Potter y la piedra filosofal. Esta vez, como acostumbraban los plataformas de la época, la idea era mezclar el tono desenfadado tan característico con un cliché tan manido como molón: los ninjas. En este caso, los ninjas cabezones.
Y es que la cabeza de Ninja — sí, se llama Ninja, porque es un ninja. ¿Qué otro nombre iba a tener? — es directamente proporcional a sus ganas de darse de tortas con todo bicho viviente. Si tremenda mollera no es suficiente para convencernos de que aquí no hay nada serio, en la cinemática inicial veremos como Ninja, aún aprendiz e inexperimentado, toca por error un artefacto que desata su locura y fuerza, matando por error a su maestro cuando iba a salvarlo. Y sí, parece muy dramático si no fuera porque segundos después, el maestro pasa a ser un espíritu, porque aquí todo va de ser molón (y, como nos enseñó Yoda, todo maestro ducho en artes místicas y marciales puede volver como espíritu).
Toca entonces acabar con el imperio Ranx, que se encuentra en proceso de arrasar con todo el planeta con tal de aumentar su maquinaria bélica para que las huestes del emperador O-Dor sean invencibles. Pero claro, no cuentan con un Ninja cuyo cráneo posee masa suficiente para generar órbitas y que, además, está muy cabreado. Así, poco a poco avanzamos entre zona y zona que funcionan a modo de hub donde descansar y seleccionar la próxima misión. Cada zona tiene temática diferente, empezando en una sección costera donde los Ranx han instalado maquinaria para generar energía y experimentar con láseres, hasta una boscosa donde talan en busca de recursos. En cada una conoceremos también a un NPC relacionado con la misma y al que echamos una mano para despejar todo de Ranx, pero también nos encontramos con un jefazo enemigo, cada uno con su propia temática.
Las secciones poseen unos pocos niveles que superar y cada uno nos da un grado para poder subir en la escala de colores de los cinturones ninja. Si subimos de color, otras puertas (y puede que la siguiente zona, tras vencer al jefazo) se nos abrirán. Por otro lado, eliminar enemigos sube nuestro contador de muertes y eso permite tener nuevas espadas, cada una más legendaria que la anterior y, por supuesto, más mortífera. Todo ello sumado a las habilidades especiales como subirnos sobre un shuriken gigante o curarnos de golpe que iremos desbloqueando nos convertirá en una máquina de matar Ranx.
I-Ninja es un juego muy resultón y, aunque sigue un esquema bastante clásico, este choca con su control fluido y suave, notablemente superior a los antecesores plataformeros de PS1 como el propio Croc, que mencionábamos antes. En cada nivel a superar iremos saltando y corriendo entre plataformas, nos deslizaremos sobre raíles, nos engancharemos con cadenas e incluso utilizaremos la física para correr a toda velocidad. Todo muy de ninja. Pero claro, la dinámica más habitual de estos individuos solía ser el sigilo. Aquí, por suerte, no tenemos ni una pizca y nuestro encapuchado amigo es un genio a la hora de repartir tortazos. Las hordas de Ranx están dispuestas a recibirlos con los brazos abiertos y seguirán intentando atacarnos a pesar de que hayamos salpicado toda la sala con la verdosa sangre de sus compañeros mientras son fulminados con combos, golpes voladores e incluso algún golpe vertical que divide a estos inútiles soldaditos en dos mitades exactas. La cámara juega alguna mala pasada en ocasiones, pero nada especialmente molesto en un combate que se basa en destrozar rápido y sin daños.
Pero si esto no era suficientemente espectacular, tenemos mini-jefes que implican una lucha aérea digna de películas de artes marciales y guerreros místicos, además de diferentes momentos donde rodaremos esferas por el escenario, haremos pruebas de velocidad e incluso emplearemos armas a distancia que controlaremos en primera persona. Así, el juego se renueva constantemente metiendo pequeños cambios que aportan frescura para que no sea un constante baño de sangre verde a base de espadazo. I-Ninja es uno de esos juegos cuya simpleza gráfica le permite mantener el tipo a día de hoy y sigue siendo plenamente disfrutable. Pero claro, aunque este título sí puede conseguirse en algunas plataformas digitales, es uno de tantos a los que, precisamente, no le vendría mal una remasterización (o mejor aún, una nueva entrega), al estilo Ratchet and Clank. Quizás vaya siendo ya hora de encontrar el equilibrio entre remasterizaciones y ports de juegos que sí poseen dificultades técnicas a día de hoy, mientras que centramos nuestros esfuerzos en generar nuevas IPs que no supongan refritos constantes.