Mercantilizando el anhelo
Jornadas laborales maratonianas. Control absoluto de lo que se dice, se compra y hasta se desea. Relaciones interpersonales proclives al consumo como forma de vida. Cualquiera pensaría que esto es una realidad distópico-futurista. Pero lo cierto es que es parte de nuestro día a día, o, al menos, es lo que se pretende que sea. Muchas narraciones de ciencia ficción nos plantean un mundo futuro no muy lejano que ha sucumbido a la capitalización extrema o, por su parte, al interés de la maquinaria social supeditada a un ente superior. Esto último se ha reflejado en ciertas épocas con una deidad; en otras, con una figura líder. A nuestra época le ha tocado “el mercado”. O bueno, los principales beneficiarios de este, claro, ese porcentaje reducidísimo de la población que acapara el PIB de varios países. Y en referencia a las narraciones, acostumbramos a decir que algo de nuestra realidad “parece sacado de 1984” (la obra de Orwell), pero lo cierto es que, a mi juicio, se parece más a Flat Eye.
Flat Eye es un título de gestión con perspectiva isométrica, pero con un carácter bastante especial. Se nos encarga del buen rendimiento de una estación de servicio de Eye Life, la empresa para la que trabajamos. Pero en lugar de estar en Islandia, donde se encuentra la sucursal al pie del cañón, tendremos ahí al asistente que contratemos, mientras nosotros teletrabajamos utilizando un escritorio de ordenador que emula el menú de juego. Ahí podemos acceder a correos internos, chats, documentos para aprender más sobre el funcionamiento corporativo y, por supuesto, al árbol de mejoras tecnológicas que decidimos implementar en nuestra estación. Una vez tenemos todo controlado, pasamos a dar directrices a nuestro asistente, que habremos seleccionado entre diversos candidatos y siempre lo supervisaremos por las cámaras, para asegurarnos de que la productividad siempre crece, lo que nos dará puntos y nos permitirá ascender a nosotros.
La parte curiosa del asunto es que, en lugar de tener un jefe normal y corriente, nuestro superior es una IA a la que se le ha cedido el completo control de la empresa, en pro de guiar a la humanidad por el buen camino teniendo en cuenta el desastre natural en que ha derivado el sistema. Así pues, nuestro asistente realizará jornadas de trabajo completamente exhaustivas para intentar seguir aumentando la productividad, dejándonos llevar a ciegas por lo que la IA estipula que es necesario, ya que utiliza algoritmos para aprender de nuestro comportamiento, gustos y deseos. Para ello, pone a nuestra disposición todo tipo de avances tecnológicos que supuestamente “facilitan” la vida de los consumidores, ansiosos por comprar el nuevo módulo de Eye Life que cambiará sus vidas para siempre.
Puede que todo esto os vaya sonando de algo. Yo soy joven y, por suerte (o por desgracia), aún puedo mantenerme atento al avance tecnológico. Pero, aún así, no es difícil sorprenderse por la aparición de nuevas formas de hacer las cosas, tan extrañas para nuestros antiguos nosotros de hace tan solo 10 años. Y es que el impacto de la tecnología en nuestras vidas es mayúsculo. Hace tiempo era impensable asumir que podemos pasar varios meses en casa encerrados por una pandemia y no tener — al menos no demasiados — problemas de abastecimiento. Y eso es solo una muestra en relación a internet y las facilidades del comercio online, pero a todo esto tenemos que sumarle el verdadero intercambio comercial que se produce en la red (y el más importante): la información.
De esto va Flat Eye. De eliminar por completo cualquier ápice de privacidad para que una IA — una de verdad, plenamente consciente — pueda obtener toda la información acerca de nosotros, algo que no dista demasiado de cómo las inteligencias ya funcionales aprenden de nuestros perfiles de redes sociales en los que hemos cedido numerosos derechos, dando nuestro consentimiento para la extracción de cualquier dato útil que pueda tener un fin comercial medianamente valioso. Eye Life, además de proporcionar combustible a vehículos, posee tiendas en sus estaciones de servicio (como si de una gasolinera común se tratase), pero con el fin de fidelizar clientes y mantener absoluto control sobre sus vidas.
Sí, hasta los retretes llevan sensores analíticos. Los clientes son simples sombras que vienen y van, pues no nos interesan lo más mínimo a nosotros que somos meros intermediarios de esa sustracción de información. Ellos entran, compran bebidas o comidas en los módulos que hemos instalado para ello, utilizan nuestro baño, el dispositivo para recibir consejos sobre la vida diaria y participarán en otro sinfín de servicios que hemos preparado para satisfacer las que ellos creen que son sus necesidades. No en vano, Eye Life ha decidido que sería interesante mantener un culto por la astrología, dándole suma importancia para que los usuarios pierdan el sentido crítico y se dejen llevar con sencillez por “lo que necesitan” para mejorar sus vidas.
Todo ello reduce la relevancia de los problemas sociales y los desastres y catástrofes que suceden en el mundo, mientras los clientes siguen comprando. Incluso buscan inspiración en el último servicio de la compañía para que así sea más sencillo escribir cartas, postales, canciones, etcétera. Algo que solo ocurre cuando la creatividad se ha perdido o estamos demasiado ocupados para entrenarla, dejando el trabajo a una IA tras la cual perderá todo sentido, toda intención artística. Por su parte, al final del día se nos puntuará y ascenderemos en base a los puntos obtenidos, mejorando nuestra confianza con la IA y así acceder a nuevos progresos.
La experiencia jugable puede ser redundante en algunos momentos. Al principio tenemos unas tareas muy concretas y cuando vayamos instalando módulos tendremos que mantenerlos en buen estado, reponer los estantes, etcétera. Pero gran parte del tiempo lo consumirá el cobrar a los clientes, algo que desaparecerá cuando desbloqueemos la caja automatizada. A partir de entonces nuestras tareas se centran en decorar, instalar y mantener las mejoras de la estación, intentando cumplimentar los objetivos establecidos para cada jornada de manera aleatoria por unas cartas de tarot.
De vez en cuando, si hemos instalado los módulos correspondientes para atraer su atención, aparecerá algún cliente “premium”, que sí poseen una forma definida y de los que iremos obteniendo información tras cada visita. En este sentido recuerda a las premisas de Papers Please, donde también teníamos unas tareas de gestión interrumpidas por ciertos sucesos con algunos migrantes concretos que generaban tramas secundarias. Aquí, las conversaciones están cargadas de reflexión y tendremos que tomar varias decisiones sobre su presencia, pudiendo responder o no haciendo caso de lo que diga la IA, o bien optando por otros caminos conversacionales que afectarán al desenlace del título. Estas conversaciones pueden tratar temas sensibles, por lo que al inicio podemos configurar advertencias sobre cierto tipo de contenidos.
“Necesito energía, creatividad y la capacidad de mirar para otro lado”
Flat Eye es un juego bastante simplón en forma, pero que introduce la narrativa de forma elegante y la integra correctamente con el aspecto jugable. Monkey Moon, el estudio responsable, parece haber volcado sus preocupaciones en su obra, apostando por el debate ético y la conversación sobre ciertos temas que, si bien pueden parecer algo manidos, no está de más reflexionar sobre ellos. Puede que la jugabilidad no nos llame la atención en demasía, pero las conversaciones con los clientes premium rompen la monotonía a la que el juego nos somete para que la narración avance de forma interesante. Sin duda, un título lo suficientemente sugestivo como para prestar atención de ahora en adelante a cualquier proyecto que anuncie el estudio francés.
Esta crítica se ha realizado con un código para PC adquirido por la propia redacción.